¿Le decimos a la muerte “déjanos”? ¡No nos oye, no responde! La muerte se niega a dejarnos ir, nos sigue dondequiera que vayamos. Huimos de ella hacia otras regiones y países más seguros, pero no conseguimos estar seguros.
Allí, en Turquía, el terremoto de la muerte comenzó en la noche del seis de febrero de 2023. En un abrir y cerrar de ojos la tierra tembló y los edificios se derrumbaron con sus habitantes dentro, y luego se extendió en Siria a Latakia, Tartus, Hama, Alepo y la región noroeste del país.
En los pueblos y ciudades bajo la opresión del régimen sirio, la gente conoce muy bien la muerte. La experimentaron a lo largo de 11 años de guerra. Experimentaron el sabor del miedo y la destrucción. No es nuevo para los sirios ver edificios destruidos y esperar a que se extraigan los cuerpos de debajo de los escombros. Aunque el sabor de la muerte sea diferente, sigue siendo amargo.
Allí, en el sur de Turquía, dormían Ahmad Saad al-Din al-Salamat, su esposa, Sahab Riyad Abu Hussaini, y sus dos hijas, Dima y Bana. Son los nombres y apellidos de esta familia, que son iguales a los miembros de mi familia, y son de mi pueblo, Tasil, en Daraa, en el sur de Siria. Huyeron de la larga muerte siria a Turquía, pero la encontraron esperándolos allí. Como estos nombres, hay miles y miles más que descansan en paz en Turquía y Siria.
Ahmed y Sahab tienen dos hermosas hijas, Dima y Bana, que tienen menos de seis años. Los encontraron a los cuatro abrazados bajo los escombros de su casa de asilo. Se abrazaron en este mundo durante años y se enfrentaron a la muerte así, abrazándose en un país que no era el suyo, después de haber pasado de sufrir la amargura de huir de la muerte a la amargura del desplazamiento forzoso y el refugio. Y después de todo, de nuevo, la muerte.
El terremoto golpeó la región noroeste de Siria. A Rusia y al régimen sirio les gusta llamar a esa zona ‘áreas fuera del control del Estado’. A quienes pedimos libertad, justicia y democracia nos gusta llamarlas ‘áreas liberadas del control de la dictadura’. A menudo recibimos noticias de decenas de muertos allí a manos de aviones de combate rusos y sirios. La gente allí está cansada de la muerte diaria, la destrucción de hogares y la huida a tiendas de campaña.
Estas zonas del noroeste de Siria viven una auténtica catástrofe humanitaria: según Naciones Unidas, antes del terremoto había 14,6 millones de personas necesitadas de auxilio durante años debido a que se vieron afectadas por el asedio y los repetidos bombardeos. Hoy van de desplazamiento en desplazamiento, de una tienda a otra, de escombro en escombro.
Las condiciones allí son trágicas y el sector médico sufre de un estado de gran fragilidad. Hay una ausencia casi total de capacidades de respuesta de emergencia. La única organización que trabaja para salvar a la gente de debajo de los escombros es la Defensa Civil, más conocidos como Cascos Blancos, que desde el primer día del terremoto declaró que el lugar como zona de desastre debido a la modesta energía de estos voluntarios frente a la escala de la tragedia, ya que hay escasez de equipos y maquinaria. Por no hablar de la ausencia de un plan de acción debido a la magnitud del evento.
Los equipos de rescate gritan para llamar a quienes están bajo los escombros de sus casas. “Por favor, respondednos: ¿Alguno de vosotros sigue con vida?”. Muchos amigos y colegas en estas áreas afectadas nos dicen que las voces de los atrapados bajo los escombros se han apagado debido a los retrasos en las operaciones de rescate. Los sirios estamos acostumbrados a gritar y pedir ayuda sin ser escuchados.
Los sirios siempre mueren en silencio. Sus gritos de auxilio son acallados por la muerte. Mueren sin que nadie los ayude ni los acompañe, a veces bajo bombardeos, a veces bajo tortura en prisiones, y a veces en los mares y océanos mientras buscan un lugar seguro. Este pueblo afligido esperó 11 años para que el mundo lo ayudara y tocara la campana para detener la guerra, pero lo que realmente sucedió es que los tambores de guerra siguieron sonando en otros países en lugar de silenciarse.
Inmediatamente después del terremoto, el presidente turco Recep Tayyip Erdogan dijo: «Hemos recibido ayuda de más de 45 países». A pocos kilómetros de distancia, en el noroeste de Siria, no ha entrado ninguna ayuda todavía. Más bien, las personas quedaron abandonadas en las horas más peligrosas del terremoto y más allá, enfrentando su destino y la muerte inevitable.
Los que sobrevivieron todavía están fuera de sus casas: desde que sucedió el terremoto hasta hoy, miles de niños, mujeres y otras personas están en las calles en medio de una tormenta, porque sus casas fueron destruidas o agrietadas, y el miedo todavía se apodera de sus corazones. No reciben ninguna ayuda, ni la más elemental, y sus vidas están patas arriba. Los niños allí todavía no pueden creer lo que pasó y no pueden comprenderlo, preguntándose entre ellos: “¿Volverá a ocurrir el terremoto?”.
Mientras escribo estas líneas más de 1347 personas han muerto y 2300 han resultado heridas en las gobernaciones de Alepo, Latakia, Tartus y Hama, según ha confirmado el Ministerio de Sanidad del régimen sirio, que ha señalado que este es un dato provisional. En cuanto a la región noroeste de Siria, los Cascos Blancos informaron de la muerte de más de 2037 personas y al menos 3000 resultaron gravemente heridas. Esta organización también confirmó que es probable que la cifra aumente significativamente debido a la presencia de cientos de familias bajo los escombros.
Parece que los llamamientos y gritos de los sirios esta vez son más fuertes. Parece que el tamaño del desastre natural es mayor que el tamaño de los desastres hechos por manos humanas, pero la pregunta sigue siendo: ¿Alguien responde a los sirios esta vez o todo seguirá igual? Durante unos días alteramos conciencias en todo el mundo con nuestros gritos… Y el mundo, ¿volverá a olvidarse de nosotros?
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