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Esperábamos la muerte del cielo, ¿por qué nos traicionó la tierra?

Jihan Al Haj Bakri – Antioquía / Turquía

Desde los primeros momentos del seísmo, con toda la destrucción y muerte que hubo, y durante los siguientes días que estuvimos trabajando buscando los cuerpos de mis familiares bajo los escombros, yo me hacía la misma pregunta: ¿por qué la tierra nos mata? Somos los sirios que huíamos de la muerte que viene del cielo. Somos los que cruzamos las fronteras y atravesamos los bosques, huyendo hacia Turquía de la muerte que venía de los aviones del régimen sirio y de Rusia, huyendo de los barriles explosivos que nos tiran del cielo.

Somos los que hemos tenido miedo de mirar hacia arriba durante años y que para escapar de esta sensación nos refugiábamos en la tierra. Muchos de nosotros nos negábamos a subir al avión – y yo soy uno de ellos – y después salimos de Siria por tierra, por miedo, considerando que la tierra es nuestra única fuente de seguridad. ¿Por qué la tierra nos traiciona y nos mata?

Es difícil para los que sobrevivimos ahora encontrar un lugar donde vivir. Somos los que hemos sido llamados por muchos nombres, unas veces desplazados, otras veces refugiados, otras veces prófugos y fugitivos. Pero no puedo encontrar ningún nombre entre ellos que se adapte a mí. Elegí para mí un nombre que encuentro el mejor y más expresivo: sin hogar. Sí, sin hogar, ni familia, ni amigos, ni siquiera una tienda de campaña.

La periodista siria Jihan Al Haj Bakri, en la ciudad de Antioquía, al sur de Turquía.

Estoy buscando una seguridad perdida que he necesitado años obtener, porque nuestra seguridad es diferente a la de nuestros vecinos turcos que sobrevivieron al terremoto. Su seguridad está ligada al lugar. Quizás cuando salieron de la ciudad de Antioquía, pudieron sentirla, pero nosotros no lo hemos logrado. Nuestra seguridad está ligada al tiempo que necesitamos para darnos cuenta de lo que hemos perdido y encontrar a alguien que nos acepte en este mundo.

Vuelvo a caminar por las calles de la ciudad de Ankara sin hogar, pero esta vez con mis dos niños, registrados como supervivientes del devastador terremoto en Antioquía. No se han dado cuenta de que estoy más perdida que los demás supervivientes.

Sigo caminando durante largas horas, mirando edificios altos y casas lujosas. No quiero nada de eso, me digo a mí misma, ¡Qué grande es este mundo! ¿Cuántas casas y edificios tiene? ¿Por qué ninguno de ellos me contiene? ¿Por qué no he podido encontrar una casa todavía? Ha pasado casi un mes desde el terremoto. Mi hermano me ayuda a buscar casa porque habla bien el turco, pero cuando les dice que somos sirios, se niegan ¿Qué culpa tenemos de haber nacido con esta identidad? ¿Qué pecado hemos cometido? ¿Cuál es esa maldición que nos ha sobrevenido?

Mi hermano trata de decirme el resultado de cada llamada de rechazo de forma indirecta, pues teme causar más dolor, pero a menudo sé la respuesta antes de llamar aunque me veo obligada a estos duros intentos por el bien de mis hijos. Me consuelo diciendo que tal vez el motivo soy yo. Soy yo quien hace las condiciones difíciles. Busco una casa separada e independiente, lejos de otros edificios, que no tenga pisos encima. Nos asustan los edificios y pisos altos después de habernos asfixiado entre los escombros, y después de mirar durante horas la casa de mi tía donde todos murieron; vivían en el tercer piso y, después del terremoto, su casa estaba en el primero..

Me gustaría tener una casa con un patio donde podamos pasar el tiempo. Un largo día fuera de los muros, en un lugar donde no haya techo, porque el techo también nos hace mal.

Puede que te sorprenda la negativa a alquilar a los sirios. Te explico, este es uno de nuestros problemas en Turquía. Se nos rechaza por nuestra nacionalidad, antes de que ni siquiera nos conozcan. Es posible que hayas escuchado historias de asesinatos aquí, cuyas víctimas son jóvenes sirios en la flor de sus vidas, a los que mataron por la misma razón, que es ser sirios. Sí, sufrimos mucha humillación y racismo por el rechazo y por el miedo a la deportación y el regreso forzado a Siria.

Guardábamos silencio en todos los lugares públicos a los que íbamos para no quedar expuestos como sirios. Nos adherimos a las leyes según las cuales permanecíamos encarcelados en una ciudad durante años, porque no se nos permitía salir de ella sin permiso de viaje, que no se nos otorga por razones y argumentos injustificados. Intento reírme porque ahora deambulo por Turquía fuera de mi ciudad y prisión. Tengo un permiso de viaje para quedarme aquí en Ankara durante dos meses. Se lo concedieron a los sirios que sobrevivieron, pero no sabemos nuestro destino después de que termine.

No os burléis de que nos hayamos resignado a una vida así, fue a cambio de la falsa seguridad de que vivíamos en Turquía, a cambio de dormir en una casa donde no tuviéramos miedo a los bombardeos, a los aviones, ni a escaparnos con nuestros hijos. A cambio de un lugar donde escribo mi artículo sin temor a ser atacado por ninguna facción militar. Pero no hemos logrado nada de eso.

La misma escena se repite en distintos tiempos y lugares, con pesares y miedos que crecen. Somos los que hemos buscado a lo largo de nuestras vidas una palabra y entregamos todo a cambio de ella, nuestros estudios, nuestra patria y nuestra juventud. Esta palabra se llama seguridad, pero no la hemos disfrutado ni por un día.

Este artículo ha sido escrito por la periodista siria Jihan Al Haj Bakri, afectada por el terremoto de Antioquia, al sur de Turquía, donde vive como refugiada en duras circunstancias que se han agudizado tras el terremoto, además de perder cincuenta personas de sus familiares.

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