Mujer y migrante: el género exacerba las discriminaciones en el proceso migratorio
La feminización de la pobreza, el acoso, o la inseguridad administrativa son solo algunas de las múltiples formas de violencia a las que ellas están expuestas dentro de su experiencia migratoria
Rita Diatta (Senegal, 40 años) recuerda con desdén sus primeros meses de residencia en España. Fue hace ocho años, no tenía trabajo, ni dominaba el idioma. Ser mujer, negra y migrante le impidió encontrar empleos relacionados con su profesión, a pesar de que en su país logró consolidar una carrera como profesora. “Un día un hombre me propuso que trabajase para él como empleada doméstica, pero la condición era acostarme con él”, recapitula. “Lo peor es que las mujeres no denunciamos esto por miedo a ser deportadas. Estar irregular en el país limita nuestros derechos”, expresa.
Como Diatta, Hellen Namuli (Uganda, 37 años) reconoce que ser migrante es difícil, no importa el género. Los obstáculos administrativos, los choques culturales, el racismo y la xenofobia son los puntos en común entre quienes se ven obligados a salir de su país de origen. Sin embargo, aclara, “si eres mujer, a todo esto, se unen los estereotipos de género”.
Namuli estudió rehabilitación para personas con discapacidad, ejerció la carrera en Uganda y al llegar a España, hace 13 años, se encontró con las barreras administrativas. Las demoras en la convalidación de su título y la feminización del empleo le cerraron las puertas de su realización profesional. “Parece que las mujeres migrantes solo servimos para ser trabajadoras del hogar, para las tareas de la limpieza o para cuidar a personas mayores. No importan nuestras carreras, o si seguimos estudiando aquí”, analiza.
A pesar de que Diatta y Namuli representan solo dos voces de los más de seis millones y medio de personas extranjeras residentes en España en 2022, las cifras oficiales develan que el vínculo entre precariedad laboral, género y migración caminan de la mano. Empleos informales, contrataciones temporales y con salarios precarios son el pan de cada día para las mujeres migrantes.
Cáritas en trabajo con el Instituto Universitario de Estudios sobre Migraciones de la Universidad Pontificia de Comillas (IUEM) revela que solo el 25% de los trabajadores inmigrantes se ocupaban en empleos de servicios de cualificaciones medias y altas. El resto se agrupa en sectores como la construcción, la agricultura, la hostelería, los cuidados o el trabajo de hogar. Solo este último concentra más de 600.000 mujeres, de ellas, unas 70.000 se encuentran en situación irregular, según los datos de la investigación “Esenciales y sin derechos” de Oxfam Intermon.
La punta de un iceberg
“El empleo informal, la inestabilidad laboral y los sesgos racistas y xenófobos arrastran a las mujeres hacia una espiral de precariedad y explotación”, comenta Nicole Ndongala, directora general de la Asociación de atención humanitaria Karibu e impulsora de la Red de Mujeres Lideresas Africanas en Acción (Remlaa), en entrevista con Baynana.
Y explica que el género influye en el incremento de violencia y discriminación que sufren las mujeres migrantes. Tanto es así que ellas tienen menos probabilidades de conseguir un empleo a comparación de los hombres (el 56,1% frente al 58%), están más expuestas a empleos temporales y representan más del 50% de la población extranjera parada registrada, de acuerdo al informe Situación de las personas migrantes y refugiadas en España, del Ministerio de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones de 2023.
Pero lo que sucede en los países de acogida y residencia es solo la punta del iceberg del impacto que tiene el género en la forma en la que las mujeres experimentan la violencia y la discriminación durante todo su proceso migratorio. Las normas sociales y la cultura también tienen un sesgo machista que determina las causas por las que una mujer decide emprender un proceso migratorio. Ndongala habla de problemas como la mutilación genital, el matrimonio infantil, el uso de las mujeres como armas de guerra, la trata sexual de mujeres y niñas, y la feminización de la pobreza.
“Se habla de mujeres migrantes solo como cifras, como números fríos de personas que ocupan un espacio en España, pero detrás hay mujeres resilientes que han tenido que enfrentar cosas impensables”, concreta la experta. Historias de vida como la de Diatta, que huyó con apenas 15 años de edad de su pueblo Oussouye, una pequeña localidad costera ubicada al suroeste de Senegal hacia Dakar, para evitar que la obliguen a casarse con un hombre 25 años mayor a ella.
Diatta, que salió de Senegal hacia España, mucho tiempo después de huir del matrimonio infantil, es activista en contra del matrimonio infantil. Ahora, en España sensibiliza sobre el impacto que esto tiene en la vida de las miles de mujeres y niñas que siguen siendo obligadas a casarse.
Ella, al igual que Namuli se han convertido en la primera generación de facilitadoras sociales comunitarias de Karibu. El proyecto se centra en formar a mujeres migrantes para que guíen y acompañen a la comunidad migrante recién llegada al país. “Yo tuve a alguien que me acogió, pero muchas otras mujeres no tienen la misma suerte y se ven obligadas a salir hacia otros países con tal de no volver a sufrir lo que han vivido”, aclara Diatta.
Cruce de fronteras, el camino de horror
“Cuando trabajamos con otras mujeres migrantes que han viajado a Europa por tierra, recreamos momentos de horror. Yo me quedo desarmada, tengo muchas ganas de llorar”, confiesa Diatta y sostiene un largo silencio. La activista se refiere a las torturas, humillaciones y abusos que viven las mujeres que atraviesan por tierra las rutas del desierto del Sahara en África occidental/septentrional y el mar mediterráneo.
Para Sara Diego, Técnica de Acción Pública de Alboa y coautora del informe Invisibilizadas. Mujeres migrantes en el cruce de fronteras, publicado a mediados de diciembre por las ONG Entreculturas y Alboan “las rutas cruzan países donde los derechos de las mujeres son habitualmente vulnerados y donde, en el ámbito público, las mujeres permanecen en un segundo plano”.
Diego, explica que la presencia masculina en puestos estratégicos del traslado de personas de una ruta a otra “genera una desprotección, se produce un abuso marcado por las relaciones de poder y esto da como resultado violencias física y sexual contra las mujeres”.
La Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (Unodc) ya alertaba sobre las distintas formas de coacción, control y violación de los derechos humanos de quienes viajan a través de las redes de tráfico ilícito de personas. “Los hombres migrantes denuncian casos más altos de trabajo forzoso, violencia física y tratos inhumanos y degradantes durante el tránsito; mientras que la violencia sexual es significativamente predominante hacia las mujeres migrantes. Se inflige como una forma de represalia por supuestas malas conductas, o bien, como una forma de pago a falta de otros medios”.
“Las violencias machistas lamentablemente están en todo el mundo, solo que se manifiestan de distintas maneras, de acuerdo a la cultura, a las normativas”, razona Ndongala. “La única forma de romper con las discriminaciones que enfrentan las mujeres migrantes está en el colectivo, en trabajar en grupo, para ayudarnos en red, para exigir nuestros derechos, para exigir leyes y pactos que faciliten la integración digna de los migrantes”, finaliza.
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