Ghaith pagó tres veces por su libertad.
La primera vez fue a los funcionarios de una cárcel en Trípoli, la capital libia. La segunda, a una milicia que lo secuestró cuando intentaba embarcarse hacia Europa. La tercera, a un grupo de hombres armados que los extorsionó a él y a sus compañeros de viaje.
Todo esto ocurrió en Libia, uno de los países más peligrosos del planeta para las personas migrantes. El nombre de Ghaith es un seudónimo para proteger su seguridad: en menos de tres meses, entre julio y septiembre de 2024, este joven sirio fue encerrado en un almacén abarrotado, interceptado en el mar por la Guardia Costera libia, encarcelado en condiciones infrahumanas, vendido a una milicia, rescatado de un naufragio y vendido a un grupo criminal.
Durante ese tiempo, en Baynana y 5W hemos seguido el periplo de Ghaith por el oeste libio, una región controlada por una maraña de milicias y grupos criminales que mantienen estrechos lazos con las autoridades de Trípoli. Su historia es el paradigma de la pesadilla a la que se enfrentan decenas de miles de personas en Libia y del oscuro papel que juega la Unión Europea en este escenario: un Estado fallido y dividido, con dos gobiernos paralelos —el reconocido oficialmente en el oeste, y el reconocido oficiosamente, en el este — y a merced de milicias y mafias.
La Unión Europea ha invertido cientos de millones de euros en Libia para externalizar la llamada “gestión de la migración”, es decir, para detener la llegada de personas como Ghaith a costa de mirar hacia otro lado, mientras en Libia sufren abusos, extorsiones, robos, secuestros y torturas. Como Ghaith, en el último año miles de migrantes han sido interceptados una y otra vez en las costas occidentales libias en su ruta hacia Europa. El objetivo de buena parte de estos bloqueos no es devolver a los migrantes a sus países de origen, sino exprimirlos para conseguir dinero: es el renovado negocio de la migración en Libia.
Solo en 2024, más de 21.700 personas que habían partido de las costas libias fueron interceptadas en el Mediterráneo y devueltas a este país, según datos de la Organización Internacional para las Migraciones (el año anterior fueron cerca de 17.000). La mayoría de los interceptados eran hombres, pero también había más de 700 niños y niñas y cerca de 1.560 mujeres. De forma paralela, las llegadas a la UE desde Libia por mar se redujeron de forma drástica: en la primera mitad de 2024 llegaron a las costas italianas desde Libia cerca de 25.000 personas, frente a las más de 67.000 del mismo periodo del año anterior. A diferencia de 2023, cuando —como relatábamos en este reportaje— la mayoría de salidas se produjeron desde el este de Libia, este 2024 la gran mayoría de barcazas con migrantes han partido del oeste del país.
Esta investigación pone en evidencia el alcance de los bloqueos en aguas occidentales libias y las devoluciones ilegales de los migrantes a tierra. También la impunidad de las milicias y grupos criminales y el hecho de que actúan con el conocimiento de gobiernos y autoridades europeas, que siguen negociando y financiando una espesa tela de araña en la que quedan atrapadas las vidas de miles de personas.
Ghaith, de 26 años, nació en Alepo (Siria). Hemos reconstruido su viaje a través de mensajes y llamadas telefónicas. Estas empezaron el pasado julio, cuando se encontraba en el oeste de Libia para intentar embarcarse hacia Europa. Todavía faltaban unos meses para que cayera el régimen de Bashar al Asad y se abrieran nuevas esperanzas para quienes intentaban escapar de él.
Como miles de personas, Ghaith y su familia habían huido en 2014 de la guerra civil que desangraba Siria. Tenía 16 años cuando se marcharon de su localidad natal, Manbij. Se refugiaron en el vecino Líbano, sumido en una gravísima crisis económica, política y social. Los refugiados sirios como Ghaith eran cerca de 1,5 millones en un país de menos de 6 millones de habitantes y estaban contemplados como ciudadanos de segunda: en el ámbito político, servían de chivo expiatorio de todos los problemas de Líbano. Estas condiciones lo empujaron a regresar a Siria en 2016, pero en aquel momento Estado Islámico controlaba su ciudad y reclutaba a los jóvenes para unirse a la yihad.
Volvió a Líbano otra vez.
Finalmente, presionado por las dificultades para encontrar un trabajo —se había especializado en mecánica de camiones—, la discriminación y las amenazas de deportación, Gaith decidió probar suerte en Europa. Para hacerlo, vendió su casa en Manbij por 10.300 dólares.
—Los precios allí son bajos porque en la zona había enfrentamientos entre las Fuerzas Democráticas Sirias [coalición que se creó para luchar contra Estado Islámico con predominio kurdo] y el Ejército Sirio Libre apoyado por Turquía.
Tenía siete hermanos menores y una novia libanesa con la que quería casarse en cuanto se asegurase un futuro. Quiso seguir una de las rutas más recorridas: la que pasa por Libia, principal puerto de partida hacia la UE desde el norte de África.
Logró llegar a la ciudad portuaria de Sabratha, en el extremo occidental del país. En este punto de su historia, empiezan a aparecer algunos de los nombres que mueven el escenario del tráfico de personas en Libia: Ghaith contactó con el clan de Ahmad Al-Dabashi, un líder local también conocido como Al-Ammo (˝El Tío”, en árabe). Este clan ha sido una de las principales piezas en el juego del tráfico de migrantes en Sabratha, una ciudad que durante años —especialmente en 2016 y 2017— fue uno de los grandes puertos de partida en las rutas hacia Italia y el resto de Europa.
A Al-Dabashi se le vinculó en 2017 con las autoridades italianas: según algunas informaciones periodísticas, con ellas alcanzó un acuerdo encubierto para impedir la salida de migrantes desde estas costas: contrabandistas reconvertidos en guardianes contra el tráfico de personas. Además, los Al-Dabashi —a los que también se les relacionaba con el contrabando de petróleo— llegaron a firmar un contrato para garantizar la seguridad de la refinería de petróleo y gas operada por la empresa italiana ENI en Mellitah, a apenas 25 kilómetros de Sabratha. En la volátil Libia, todos los actores pueden llegar a estar estrechamente entrelazados.
**
El relato de Ghaith atestigua cómo, pese a haber sido en algún momento “guardianes” contra el tráfico de personas, el clan Al-Dabashi se mantiene vinculado a un negocio que le reporta importantes ingresos. Desde el clan hicieron gestiones para organizar el viaje de Ghaith a Europa y le dieron indicaciones.
—Me alojaron en un almacén, con más de doscientas personas de diferentes nacionalidades, durante tres semanas— cuenta el joven.
En aquel abarrotado lugar aguardó a que se cumpliera la promesa de que pronto los sacarían de allí para enviarlos en barco a Europa. Pero los días se escurrían y el día prometido no llegaba.
—Decidí marcharme y buscar otro traficante.
En su segundo intento contactó con un intermediario conocido con el seudónimo de “Lobo”, originario de la gobernación siria de Daraa. Por teléfono, Ghaith acordó pagarle 5.500 dólares a cambio de la travesía a Europa. Y esperó en la localidad de Ain Zara, en la región de Trípoli, a que todo estuviera listo.
Cada migrante, un precio
Hacemos un paréntesis en el viaje de Ghaith para trasladarnos a Europa: aquí vive desde hace unos meses el activista libio Tareq Lamlum, uno de los grandes conocedores de la situación en las cárceles de su país. Él tuvo que dejar Libia en 2024 por presiones y amenazas, y ahora reside en una ciudad europea que prefiere no desvelar por motivos de seguridad. De 48 años y originario de la ciudad oriental de Bengasi, se formó en servicios sociales y lleva desde 2011 —el año de las primaveras árabes— implicado en la defensa de los derechos de las personas migrantes en Libia, especialmente las que están en prisión. En 2012 fundó la Asociación Belady para brindar asistencia jurídica y legal a los presos en cárceles libias.
—Enseguida vimos que el grupo más vulnerable y necesitado era el de los extranjeros encarcelados —dice mientras compartimos un café en la casa donde ha encontrado refugio. Desde Bengasi, la asociación fundada por Lamlum fue extendiendo sus actividades al oeste del país y creó alianzas con instituciones internacionales para ejercer más presión sobre quienes manejaban las cárceles. Lo consiguió: tanto, que ha tenido que huir para preservar su vida y ahora gestiona las actividades de Belady desde Europa.
A lo largo y ancho de Libia hay decenas de cárceles y centros de detención a los que trasladan a personas migrantes devueltas a las costas. Cada año “hay alguna que destaca por las violaciones de los derechos humanos que perpetra”, dice. Cita prisiones como la de Ain Zara, en Trípoli y gestionada por funcionarios del Ministerio del Interior, o el infame centro de detención de Al Nasr, más conocido como “prisión de Osama”, en la ciudad de Zawiya.
Este centro estuvo controlado por el Ministerio del Interior, pero actualmente ya no la reconoce oficialmente bajo su mandato. Ahora lo controla una milicia denominada Osama —de la que proviene el sobrenombre de la cárcel—, en colaboración con la unidad de la Guardia Costera de la ciudad. La prisión es epicentro de un jugoso negocio que gira en torno a la extorsión de los migrantes interceptados.
—Todos los que ingresan allí deben pagar para salir —dice Lamlum.
En las prisiones y centros de detención libios, continúa el activista, se pone precio a los migrantes en función de su país de origen. Los captores prefieren personas sirias o de Bangladesh antes que a migrantes subsaharianos, ya que los primeros pagan por salir y los subsaharianos no siempre tienen el dinero necesario.
—A quienes vienen de Egipto, Somalia, Eritrea o Etiopía se les pide cantidades más bajas para liberarlos. A las personas de nacionalidad siria y bangladeshí se les exige entre 1.500 y 2.500 dólares —explica.
Los pagos se realizan mediante transferencias internas, o se pide a los familiares o intermediarios que envíen el dinero a través de terceros países, como Turquía. En los últimos años los responsables en las prisiones han empezado a exigir pagos en efectivo, ya sea en dinares libios o en dólares, por temor a ser rastreados.
Otro de los centros de detención que se ha ganado un puesto en el podio de la infamia es la llamada prisión El Maya, bajo control de la Brigada 55 de Infantería. Es un campamento que antes era una almacén de medicamentos, en la región de Warshafan. En teoría está bajo la jurisdicción del Ministerio de Defensa, pero ha operado durante años sin autorización oficial, según el activista. El centro fue establecido por un grupo tribal liderado por Muammar Al-Dhawi, actual comandante de la brigada.
—Crearon ese campamento, obtuvieron armas pesadas y, por desgracia, tanto el presidente del Gobierno libio como varios ministros han visitado el lugar varias ocasiones: eso le ha otorgado legitimidad —dice Lamlum.
El nombre de Muammar Al-Dhawi es, como el de otros implicados en abusos a migrantes, bien conocido por los organismos internacionales: un exhaustivo informe de expertos presentado al Consejo de Seguridad de la ONU en agosto de 2023 lo vinculaba a interminables violaciones de derechos humanos en centros de detención. “Fue responsable directo de actos perpetrados contra migrantes detenidos bajo su control efectivo” en centros que “violaban el derecho internacional humanitario”, cita el documento. También recoge testimonios de 21 supervivientes que relatan casos de “graves malos tratos y condiciones extremadamente inhumanas” en esos centros: hambre, falta de agua potable, hacinamiento, enfermedades o torturas. En la trastienda, estos centros de detención mueven ingentes sumas de dinero.
—Los responsables de estas cárceles tienen coches de lujo, manejan armas pesadas y viajan con frecuencia. Es muy evidente que se han enriquecido de un día para otro.
El viaje de Ghaith (2): La patrullera 660
Volvemos a Libia. El 6 de agosto, mientras media Europa seguía con atención los Juegos Olímpicos de París, arrancaba un nuevo viaje para Ghaith en el oeste del país.
—Salimos del alojamiento en Ain Zara en un coche. Éramos 8 personas. Llegamos a la ciudad de Zawiya. Allí nos metieron en un edificio abandonado con unas 80 personas más. Eran de nacionalidad siria, sudanesa, iraquí y egipcia. A las 10 de la noche, nos llevaron a todos en un camión a un pequeño puerto en la misma ciudad.
En aquel puerto de Zawiya los esperaba un barco: subieron y la embarcación zarpó una hora más tarde. A diferencia de testimonios de migrantes que hablan de salidas en la clandestinidad, a oscuras y evitando ser vistos por las autoridades, el barco de Ghaith zarpó a la vista de todos. No solo eso: según su relato, las autoridades de Zawiya colaboraron en su salida.
—El barco zarpó acompañado por dos embarcaciones de la Guardia Costera para brindarnos protección —detalla.
Al amanecer, las barcas que los escoltaban desde Zawiya se dieron la vuelta y ellos continuaron la travesía solos. Pero al cabo de unas horas, el viaje se interrumpió.
—Hacia la 1 de la tarde fuimos avistados por aviones de reconocimiento. Unas dos horas después, llegó un barco de la Guardia Costera de Trípoli.
Su intento de alcanzar Europa acabó allí: los guardacostas de Trípoli los bloquearon.
¿Cómo explicar que una unidad de guardacostas libios detuviera una barca que había zarpado escoltada por otra unidad de guardacostas libios? Detrás de esta paradoja está, una vez más, el complejo escenario libio: la Guardia Costera de Libia es una fuerza marítima controlada por poderes fragmentados. Y la unidad de Zawiya, a la que se vincula con los negocios de tráfico de personas y contrabando, actuaba de forma independiente al mando de Trípoli.
La Guardia Costera libia – Es el actor principal en el control de las fronteras marítimas. Ha pasado de tener una flota precaria en 2017 a contar con patrulleras modernas, muchas de ellas donadas por Italia para contribuir a la “gestión” de la migración. – A plena luz del día, esta fuerza marítima ha protagonizado violaciones de derechos humanos bien documentadas: desde disparos y amenazas a barcos de rescate a embestidas a botes de goma cargados de migrantes, interceptaciones, devoluciones ilegales y extorsiones. – La unidad de Zawiya estuvo comandada por Abdul Rahan Milad, más conocido como Bija, considerado uno de los mayores traficantes de personas del mundo. – Bija fue asesinado a tiros en Trípoli el pasado 1 de septiembre. La investigación para esclarecer la autoría del crimen sigue abierta y hay varios sospechosos detenidos. El traficante estaba incluido en la lista de sanciones de Naciones Unidas desde 2018 por su implicación en el tráfico de seres humanos. Un informe de la ONU publicado un año antes lo acusaba directamente de “hundir botes de personas migrantes utilizando armas de fuego”. – Bajo su mando, esta unidad no respondía ante el cuartel general en Trípoli sino ante el llamado Aparato de Apoyo a la Estabilidad, un polémico cuerpo de seguridad creado por el Gobierno en 2021 que integra a varias milicias de Trípoli y Zawiya. |
Los guardacostas que habían interrumpido su viaje los hicieron subir a la patrullera: Ghaith recuerda claramente que esta llevaba inscrita en grandes caracteres el número 660. Una búsqueda sencilla en internet permite encontrar varias referencias a una embarcación libia con número 660, casi siempre en operaciones controvertidas realizadas en el Mediterráneo: se trata de la patrullera Ubari 660 donada a Libia por Italia en octubre de 2018, junto con otras once naves (otra patrullera y diez barcos más pequeños), en el marco del acuerdo de cooperación para reducir la migración irregular firmado por ambos países un año antes. El Ubari 660 ha sido denunciado por organizaciones como Sea Watch por haber llevado a cabo devoluciones ilegales en caliente y por amenazar, e incluso disparar, a pesqueros italianos. Otras oenegés, como Sea Eye, han asegurado haber recibido amenazas de esa misma
—Su tripulación desmontó los motores de nuestro bote y se llevó objetos de valor, como los dispositivos GPS, teléfonos satelitales, chalecos, comida y agua. Luego incendiaron la barca.
También despojaron a las personas migrantes de la moneda extranjera que llevaban, en total cerca de 10.000 euros.
Le enviamos a Ghaith imágenes de la Ubari 660 donada por Italia y nos confirma que fue la nave que les interceptó; incluso nos manda una captura de pantalla en la que indica el lugar preciso de la cubierta en el que permaneció sentado durante su devolución a las costas libias.
La Ubari 660 atracó en la playa de Tajoura, en Trípoli. Allí los guardacostas entregaron a Ghaith y al resto del grupo a funcionarios del Departamento para Combatir la Migración Ilegal (DCIM, siglas en inglés), que los trasladaron a la prisión de Bir Al-Ghanam, al suroeste de la capital.
—Al llegar nos sometieron a un registro muy minucioso y nos quitaron todo lo que nos quedaba —cuenta Ghaith—. Después de tres días, supe que la única forma de salir era pagar 2.400 dólares.
La gestión del pago se realizaba a través de una llamada por WhatsApp dentro de la prisión: en cada hangar de detención había un teléfono para facilitar esa comunicación y asegurar que el preso pudiera pedir el dinero a familiares o allegados. A cada persona se le permitía hacer solo una llamada. Aquella cárcel, dice el joven, era un auténtico matadero.
—La comida era muy escasa y no había nada para dormir. De día hacía un calor extremo y por la noche tanto frío que era imposible conciliar el sueño.
Ghaith está convencido de que el objetivo de mantenerlos en aquellas lamentables condiciones era presionarlos para que pagaran.
Bir Al-Ghanam es uno de los centros de detención más conocidos por encarcelar migrantes y liberarlos a cambio de un rescate. Forma parte de una red de 14 cárceles oficiales distribuidas en distintas zonas del oeste de Libia destinadas a migrantes y solicitantes de asilo. En 2024 por este centro han pasado al menos 800 personas de diferentes nacionalidades, según datos de la Asociación Belady para los Derechos Humanos.
Sin rastro
Ghaith, pese a todo, puede contar su caso: él forma parte de los migrantes con rastro, los que durante el trayecto se comunican con sus familiares. Pero hay otro colectivo cuyas familias soportan una losa mucho mayor: el de los desaparecidos. Solo entre octubre y noviembre de 2023, en el contexto de esta investigación detectamos tres grupos enteros que sumaban, en total, un centenar de personas migrantes procedentes de Siria que desaparecieron en Libia en circunstancias muy opacas sin dejar huella. Todos trataban de cruzar el Mediterráneo hacia Europa.
—Esto es un bucle.
—Si alguien sabe algo, es el traficante. ¿Alguien puede hablar con él?
—No responde a nadie.
—¿Hay novedades?
—Nada nuevo. Algunas personas nos han prometido pedir información en varios sitios.
—Dicen que están en una base militar turca, en Al Khoms.
—La base está en el desierto, no en Al Khoms…
Los mensajes se suceden en un grupo de WhatsApp al que hemos tenido acceso. Está creado por familiares de una treintena de migrantes sirios que desaparecieron el 31 de octubre de 2023 sin dejar rastro. Quienes hablan son padres, hermanos, tíos… Ante la falta de canales oficiales, compartir información por WhatsApp se ha convertido, para muchos, en la única esperanza de encontrar a los suyos.
La última noticia que tuvieron los familiares del grupo desaparecido era que debía partir de la ciudad costera de Al Khoms rumbo a Italia. Luego, ninguna noticia. En los meses siguientes se sucedieron rumores contradictorios: se decía que habían sido interceptados en el mar y devueltos a Libia; que estaban encarcelados en Bir Al Ghanam; que habían llegado a Italia y estaban en prisión allí; que estaban detenidos en Malta; que estaban en Turquía; que estaban encarcelados en una isla griega… A lo largo de esta reportaje buscamos contrastar cada una de estas afirmaciones, averiguamos las identidades de las personas desaparecidas—la gran mayoría jóvenes, algunos menores de edad— y contactamos con periodistas, activistas, organizaciones y autoridades en los países mencionados, incluidos responsables de la agencia Frontex, sin encontrar rastro de los desaparecidos. Incluso hablamos con intermediarios involucrados en gestionar el viaje irregular de estos jóvenes: ninguna señal concluyente del destino de este grupo.
La única pista fue un vídeo, publicado en una página de Facebook que informa sobre migrantes, que mostraba el pasaporte de uno de los desaparecidos, Wael Al-Jallam. El documento había sido hallado en una playa de Misrata, a unos 90 kilómetros de Al Khoms, en la que habían aparecido cinco cuerpos sin vida, en muy mal estado. La descomposición hizo muy difícil cualquier reconocimiento. Las autoridades locales y representantes de la comunidad siria en la región contactaron con los familiares del chico y enviaron a uno de sus primos imágenes del cuerpo sin vida que más se podía asemejar al dueño del pasaporte.
—No pude asegurar que sea él, ni siquiera veo un 30 por ciento de parecido. El cuerpo está en mal estado y con piel oscura, pero Wael tenía la piel clara —nos dice su primo—. Ahora veo la imagen de ese cuerpo en las paredes, en la almohada, junto a mí mientras duermo.
Ni Frontex ni organizaciones como Alarm Phone, que atiende llamadas de auxilio en las diferentes rutas migratorias por mar, tienen registro de ningún naufragio en la zona que coincida con la fecha de partida del grupo. Tampoco se encontraron cadáveres ni otras pistas del destino de este grupo; hasta hoy, sus familiares conviven con el peso de la incertidumbre.
—El tema de los desaparecidos es muy complejo en Libia —dice Tareq Lamlum—. Desde octubre [de 2023] nos han contactado varios familiares y activistas involucrados en temas migratorios para informarnos de botes desaparecidos.
Lamlum estuvo intentando localizar al grupo de treinta desaparecidos el 31 de octubre de 2023, pero no hay rastro alguno.
—Descartamos la posibilidad de que hayan sido interceptados y llevados a prisión, ya que en ese caso después de tres días ya habrían contactado a familiares para pedir dinero o se habría anunciado su deportación.
No descartan, continúa el activista, que el bote se hundiera sin ser localizado pese a la falta de pistas que apunten a ello. Una posibilidad más terrible, si cabe, es que los migrantes fueran asesinados en un enfrentamiento entre milicias.
—Esto ya ha ocurrido en una zona llamada Al-Ajilat, en el oeste libio, donde varios traficantes de personas discutieron, uno de ellos disparó a las personas encerradas en un almacén y mató a varias.
En marzo de 2024 se halló una fosa común con los cadáveres de al menos 65 personas migrantes en el sur de Libia. La Organización Internacional para las Migraciones cree que tal vez perdieron la vida mientras eran traficadas a través del desierto. Las autoridades aseguraron que iban a investigar el caso y dijeron haber tomado muestras de ADN, aunque los cuerpos fueron enterrados rápidamente y sin que trascendieran más detalles. Aún se desconocen los nombres de quienes yacen en esas tumbas.
El viaje de Ghaith (3): Vendido a una milicia
Volvemos a la prisión de Bir Al-Ghanam, en Trípoli, y a la historia de Ghaith: después de tres días, el joven pagó los 2.400 dólares que le exigían para recuperar su libertad.
Una vez fuera de prisión, contactó de nuevo con otro intermediario que responde a las siglas de H.K., también originario de Siria. A cambio de 6.000 dólares, el hombre le prometió organizar su traslado a Europa. El 24 de agosto H.K. envió un coche con conductor que lo trasladó a un pequeño hostal junto al mar en una zona llamada Sorman, al oeste de Zawiya.
Al relatarnos ese episodio, Ghaith nos envía fotos que ha tomado con su móvil y nos da todo tipo de detalles: las características del vehículo, el nombre del conductor, la ubicación exacta del hostal en Google Maps y los detalles sobre su propietario. En el mismo hostal se alojaba una joven pareja de nacionalidad siria. Ella estaba embarazada y ambos, como Ghaith, habían acordado con H.K. un pago a cambio del viaje a Europa.
—Al día siguiente, el 25 de agosto, a las 10 de la noche, el dueño del hostal nos dijo que era el momento y nos trasladó en su coche, un Kia, a una base protegida con numerosos vehículos blindados Toyota Land Cruiser. Tenían el emblema de un batallón o milicia en las puertas, con la palabra Aisha.
En la entrada había una decena de hombres con uniformes negros y el rostro cubierto, que les quitaron sus teléfonos móviles y los llevaron a un gran almacén que contenía municiones y varios blindados Toyota nuevos, además de un coche BMW también nuevo. Uno de ellos se identificó como Mohamed: “El viaje será a las 4 de la mañana”, les dijo. Pero esa hora pasó sin que nadie apareciera.
—A las 6 de la mañana comenzamos a gritar y a golpear la puerta del almacén, sin éxito, hasta las 8 de la noche — recuerda Ghaith—. Finalmente, Mohamed vino y nos trajo algo de agua y comida. Nos informó de que estábamos secuestrados y de que el rescate era de 15.000 dinares libios [unos 2.900 euros] por persona.
Mohamed les devolvió un móvil para que pudieran contactar con alguien que negociara el rescate en su nombre. Llamaron al intermediario que había gestionado su viaje, H.K., que negó conocer a ninguno de los tres.
Aquel secuestro duró nueve días: dormían en el suelo, sin colchón, manta ni cuarto de baño. Cada noche, un trabajador sudanés llegaba acompañado de uno de los secuestradores, enmascarado y armado con un rifle automático, para que pudieran ir al baño. Solo una vez al día recibían un poco de agua y comida.
—Escuchábamos todo el rato gritos de otras personas, llantos de mujeres, golpes en las puertas, de día y de noche —cuenta Ghaith. Preguntaron al trabajador sudanés sobre el origen de aquellos ruidos y les contó que había varios grupos secuestrados.
Finalmente, la pareja que estaba con él consiguió que un intermediario pagara en nombre de los tres 40.000 dinares libios [unos 7.700 euros] al batallón. Del traficante que los había mandado allí no volvieron a saber nada.
—Intenté muchas veces comunicarme con H.K., sin éxito. Al final me di cuenta de que estaba en un país sin ley ni gobierno. Un territorio de bandas, milicias y mercenarios.
Según un reciente informe presentado ante el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, en agosto, el momento del relato de Ghaith, había cerca de 3.500 personas capturadas en centros de detención extraoficiales en Trípoli (Mabani y Tajura) y en otras zonas del noroeste (incluida Al Nasr, Bir al-Ganam, Wadi sl-Hayat, Nayut y Zawiyah).
A ellos se sumaban más de 5.000 personas detenidas en prisiones “oficiales”.
El dinero de la UE
Las bandas criminales y milicias han logrado acumular un enorme poder en el oeste de Libia en los últimos años. Tanto, que entrelazan sus tentáculos con muchos organismos del Gobierno, hasta el punto de que la división entre lo que es oficial y lo que no se difumina en muchos casos —incluido el de la gestión de la migración y los centros de detención—. Los acuerdos de la Unión Europea con el Gobierno de Trípoli terminan engrasando las estructuras y el funcionamiento de estas milicias.
La mayor parte de la ayuda europea a Libia vinculada a la “gestión” de la migración se canaliza a través de Italia. La piedra angular de esta cooperación, la que ha dado poder a las milicias y a una Guardia Costera implicada en innumerables abusos, es el Memorando de Entendimiento sobre la migración firmado por Italia y el Gobierno de Trípoli el 2 de febrero de 2017. Es un documento de apenas tres páginas, pero sobre esas líneas breves se levanta el muro invisible que retiene en Libia a decenas de miles de personas migrantes en condiciones penosas. Desde su entrada en vigor, el Memorando ha sido renovado de forma automática cada tres años.
Calcular la suma total que la Unión Europea e Italia han hecho llegar a Libia en forma de “ayuda” todos estos años es una tarea complicada, ya que se ramifica a través de distintas instituciones y sus partidas están fragmentadas. Solo a través del llamado Fondo Fiduciario de Emergencia para África (FFEA), creado en 2015, Libia ha recibido de la UE —que también es su principal socio comercial— más de 455 millones de euros, a los que se suman otras cantidades recibidas de una maraña de instrumentos europeos de financiación: solo para el periodo 2021-2027, la UE había comprometido al menos otros 90 millones de euros.
Las cantidades facilitadas por el FFEA están dirigidas, en principio, a mejorar la “gestión” de la migración en el continente africano. Pero el propio Tribunal de Cuentas europeo es cada vez más crítico con ese fondo. En una auditoría que concluyó el pasado septiembre, el tribunal denunció, entre otras cosas, que el FFEA “no aborda de forma exhaustiva el riesgo de violaciones de los derechos humanos en los países beneficiarios” y tiene un enfoque “disperso” y poco estratégico.
El viaje de Ghaith (4): El naufragio
Hasta el mes de septiembre, Ghaith nos había enviado mensajes de forma regular, pero a partir de ahí estuvimos varios días sin saber de él. La última noticia nos había llegado el 7 de ese mes y decía que esa misma noche iba a hacer un nuevo intento de partir en barco hacia Italia. No volveríamos a saber nada hasta seis días después.
Este es su relato de lo que ocurrió aquella semana: la noche del 7 de septiembre logró embarcarse en un bote en el que viajaban otras veinte personas, incluidos cinco niños de entre 12 y 16 años. Eran seis sirios, el resto de los pasajeros eran de nacionalidad egipcia. El patrón de la barca y su asistente eran sudaneses. Ghaith dice que el bote no iba sobrecargado, pero había muy mala mar.
—Después de navegar una media hora nos golpeó la primera ola; luego una segunda llenó el bote de agua. La tercera ola fue muy fuerte y volcó la barca.
Por fortuna, todos los pasajeros fueron rescatados por un pesquero que dio aviso a la Guardia Costera. En cuanto llegaron a tierra, los pescadores los entregaron a los guardacostas. Estos les quitaron —“como de costumbre”, dice Ghaith— los teléfonos y todo lo que llevaban encima. Fueron trasladados a la prisión de Osama, en Zawiya.
—La prisión de Osama es algo aterrador, espantoso. Es peor que Bir Al-Ghanam. Suciedad, sarna, basura, hedor. La celda tenía unos 4 metros cuadrados y estábamos más de treinta personas. Había dos baños sin puertas.
Ghaith y sus compañeros de viaje solo permanecieron un día en la prisión de Osama, pero no por decisión suya: apenas 24 horas después de su llegada, varios hombres armados negociaron con los responsables de la cárcel y les pagaron una cantidad a cambio de llevarse a los detenidos, sabiendo que podrían obtener un rescate por su liberación. En la práctica, un nuevo sistema de externalización del abuso en las cárceles libias. De la prisión los trasladaron a una casa, cuenta el joven.
—Venían y gritaban: “¿Quién quiere pagar y salir?”
Uno de los milicianos les dio un teléfono con el que poder llamar para gestionar el rescate. Ghaith y sus compañeros llamaron al intermediario que había organizado el viaje en el bote naufragado.
—El intermediario mandó a alguien en un coche que se detuvo en la calle. La persona que nos había comprado en la prisión de Osama nos llevó hasta allí en otro coche. El conductor bajó y le cobró al que conducía el vehículo que vino a recogernos 1.700 dólares por persona. Luego volvió a nuestro coche y nos dijo: “Váyanse”.
Así recuperó Ghaith, una vez más, su libertad. En total, desde que llegó a Libia había pagado unos 7.000 dólares en rescates, además del dinero que desembolsó por la organización de un viaje a Europa que todavía no había tenido lugar.
Caer en el caos
El enviado especial de la ONU para Libia, el senegalés Abdoulaye Bathily, tiró la toalla el pasado abril. Después de diecinueve meses al frente de la misión en Libia, presentó su dimisión: “En las circunstancias actuales, no hay manera de que la ONU pueda actuar con éxito”, dijo ante el Consejo de Seguridad. Falta “voluntad política y buena fe”, añadió. Bathily que había sustituido al eslovaco Jan Kubis, después de que éste dimitiera a su vez sin dar razones precisas.
En teoría, la misión de la ONU en Libia debía apoyar un proceso de transición política para permitir la celebración de elecciones nacionales y parlamentarias. Pero la población libia no ha acudido a las urnas desde 2014, cuando unos polémicos comicios llevaron a la división actual del país. “Libia está cayendo más y más en el caos”, advirtió Bathily en su último discurso como representante de la misión libia. “Es desalentador ver cómo personas en posiciones de poder anteponen sus intereses personales a las necesidades de su país”.
Desde su salida, el cargo de enviado especial de la ONU para Libia sigue vacante.
La UE nunca ha suspendido la cooperación con las autoridades libias: los flujos de dinero y de equipamiento se justifican, entre otras cosas, como instrumentos para salvar vidas en el mar.
El viaje de Ghaith (5): Europa
La angustia del naufragio y el pago del tercer rescate no frenó a Ghaith: el miedo a quedar atrapado en la telaraña Libia lo empujó a volver a intentarlo desde el punto inicial de su periplo: las costas de Sabratha, a unos 75 kilómetros de Trípoli, donde actúa el clan de Al-Dabashi.
Repitió el proceso: contactó a un intermediario, pagó y se embarcó de nuevo, a finales de septiembre, en un bote con otras 27 personas. El último mensaje por WhatsApp que nos envió desde las costas libias era tan solo una palabra, inicio de una frase inacabada; tan solo decía: “Yo”… Pero esa vez, por fin, no hubo patrulleras que los bloquearan. No hubo naufragio. No hubo más extorsiones. Ahora, cuando relata el viaje a Italia por el Mediterráneo Central —una ruta en la que en 2024 murieron o desaparecieron cerca de 1.700 personas, lo que equivale a más de cuatro personas cada día del año—, Ghaith lo resume en tan solo una imagen que quedó grabada en su memoria: la de varios cuerpos sin vida, hinchados, flotando en la superficie del mar; ocupantes de una barca que también trataba de alcanzar las costas europeas y que podía haber sido la suya.
El siguiente contacto que tuvimos con él fue ya desde el sur de Italia, donde su embarcación consiguió llegar a finales de septiembre. Para la segunda semana de octubre había conseguido llegar a Alemania, donde tiene amigos. Inició los trámites para su solicitud de asilo. Lo que no imaginaba Ghaith entonces es que en Siria, dos meses después de su llegada, el régimen de la dinastía Al Asad —del que había huido con su familia— caería en una rápida operación rebelde: se abría un nuevo capítulo para la población siria dentro y fuera del país.
La incertidumbre domina aún la vida de Ghaith, aunque lejos ya de la pesadilla libia. Sus días pasan por intentar construirse un futuro mientras espera en un alojamiento temporal en una ciudad alemana. En diciembre, ante el interrogante sobre el camino que tomará la nueva Siria, Berlín decidió suspender las solicitudes de asilo de ciudadanos de este país pendientes de trámite. Como su país, Ghaith tampoco tiene certezas sobre el camino que le espera. Ya no tiene casa en Siria —la vendió para financiar su viaje a Europa— y en su zona de origen prosiguen los enfrentamientos entre grupos rivales, así que ni él ni su familia en Líbano pueden regresar. El precio que pagó por su paso por Libia pesa como una losa.
—Lo único que quiero ahora es trabajar. Compensar a mi familia y comprarles una casa. Saldar mis deudas.
En español
Nos gustaría pedirte una cosa… personas como tú hacen que Baynana, que forma parte de la Fundación porCausa, se acerque cada día a su objetivo de convertirse en el medio referencia sobre migración en España. Creemos en el periodismo hecho por migrantes para migrantes y de servicio público, por eso ofrecemos nuestro contenido siempre en abierto, sin importar donde vivan nuestros lectores o cuánto dinero tengan. Baynana se compromete a dar voz a los que son silenciados y llenar vacíos de información que las instituciones y las ONG no cubren. En un mundo donde la migración se utiliza como un arma arrojadiza para ganar votos, creemos que son los propios migrantes los que tienen que contar su historia, sin paternalismos ni xenofobia.
Tu contribución garantiza nuestra independencia editorial libre de la influencia de empresas y bandos políticos. En definitiva, periodismo de calidad capaz de dar la cara frente a los poderosos y tender puentes entre refugiados, migrantes y el resto de la población. Todo aporte, por pequeño que sea, marca la diferencia. Apoya a Baynana desde tan solo 1 euro, sólo te llevará un minuto. Muchas gracias.
Apóyanosنود أن نسألك شيئًا واحدًا ... أشخاص مثلك يجعلون Baynana ، التي هي جزء من Fundación porCausa ، تقترب كل يوم من هدفها المتمثل في أن تصبح وسيلة الإعلام الرائدة في مجال الهجرة في إسبانيا. نحن نؤمن بالصحافة التي يصنعها المهاجرون من أجل المهاجرين والخدمة العامة ، ولهذا السبب نقدم دائمًا المحتوى الخاص بنا بشكل علني ، بغض النظر عن المكان الذي يعيش فيه القراء أو مقدار الأموال التي لديهم. تلتزم Baynana بإعطاء صوت لأولئك الذين تم إسكاتهم وسد فجوات المعلومات التي لا تغطيها المؤسسات والمنظمات غير الحكومية. في عالم تُستخدم فيه الهجرة كسلاح رمي لكسب الأصوات ، نعتقد أن المهاجرين أنفسهم هم من يتعين عليهم سرد قصتهم ، دون الأبوة أو كراهية الأجانب.
تضمن مساهمتك استقلالنا التحريري الخالي من تأثير الشركات والفصائل السياسية. باختصار ، الصحافة الجيدة قادرة على مواجهة الأقوياء وبناء الجسور بين اللاجئين والمهاجرين وبقية السكان. كل مساهمة ، مهما كانت صغيرة ، تحدث فرقًا. ادعم Baynana من 1 يورو فقط ، ولن يستغرق الأمر سوى دقيقة واحدة. شكرا جزيلا
ادعمنا