Bocas Junior : 4.000 kilómetros de migración para convertirse en campeón de España
Nacido en Duala, capital política de Camerún, este deportista llegó a España hace ocho años. Tras cuatro años de peligrosa migración, descubrió el boxeo durante su estancia en un centro de refugiados, que nunca abandonó, hasta proclamarse campeón de España el 2023.
Bocas Junior vivió una vida de pobreza en Camerún, hasta los 17 años, trabajando como soldador. Sin avisar a su familia, abandonó Douala, su ciudad natal. Durante cuatro años intentó llegar a España, pasando por Nigeria, Níger, Argelia y Marruecos. Fue un viaje muy largo y peligroso, en el que estuvo a punto de perder la vida varias veces. Descubrió el boxeo durante su estancia en un centro de refugiados hasta proclamarse campeón de España el año pasado. Actualmente sigue una formación de soldador, mientras se entrena con “mucha” regularidad.
«El boxeo me salvó la vida. Sin él me habría vuelto loco», dice el campeón de España en 2023, Bocas Junior, quien recuerda ese momento con gran emoción. Junior sabe bien que detrás de estos logros también existe una historia de supervivencia a cuatro años de tránsito y migración hasta llegar a España.
A los 17 años abandonó Camerún. «La vida allí no es como aquí. La vida es muy complicada, tanto que si no tienes qué comer por la mañana, puedes, incluso, robar. Como la gente tiene hambre, tiene que trabajar o robar. Yo preferí aprender a trabajar», explica. A los 10 años empezó a soldar.
La idea de abandonar el país se le ocurrió con una temprana edad. Un amigo, que se había marchado a Nigeria, le propuso que se uniera a él y llegara hasta la «tierra de los blancos», España. «Le dije: ¿qué blancos?», recuerda riendo. «Vi gente blanca, pero no sabía que existía Europa y todo eso. No lo sabía porque no había ido a la escuela». Bocas se marchó sin decírselo a su familia. «Si se lo decía a mis padres, iban a impedir que me fuera».
Robado al llegar a la frontera
A esa edad, Bocas no estaba preparado para todo lo que le iba a pasar. «Antes de irme no sabía nada de nada». Los problemas comenzaron al principio del viaje, en la frontera entre Camerún y Nigeria, donde se topó con miembros de Boko Haram, una organización islamista armada especialmente presente en el extremo norte de Camerún. Los ataques y atentados suicidas perpetrados por el grupo desde 2009 han desencadenado una «grave crisis humanitaria» en la región, «obligando a más de 322.000 personas a abandonar sus hogares desde 2014, 12.500 de ellas desde diciembre», según Human Rights Watch. «Se llevaron todo el dinero que llevaba encima y toda la ropa. Tenía casi 2.500 euros. El chico que me acompañaba en moto hasta la frontera tuvo suerte: vio a Boko Haram, me dejó atrás y se marchó, de lo contrario le habrían robado la moto», relata.
Sin ningún sustento económico en mano, Junior asegura que decidió seguir su trayecto. Caminó durante dos días sin comer hasta que encontró ayuda en Niambé, Nigeria. Su viaje estuvo jalonado por muchos obstáculos de este tipo. Junior asegura que, como muchos otros, fue asaltado por traficantes de personas en Nigeria, que le presionaban para que pagara, pero nunca consiguieron que cruzara. Esos traficantes de personas también intentaron abandonarlo en medio del desierto. «Son unos bandidos. Te dicen que descanses, sale el coche y te abandonan. Había alguien a nuestro lado que vio el gesto del conductor. Me dijo ‘no me bajo’. Me bajé. Cuando dijo eso, mi corazón empezó a latir y volví a subirme muy rápido», relata por la situación.
El miedo a la muerte forma parte del viaje. Es una amenaza casi constante. El momento en que Bocas más lo temió fue en Marruecos. Después de ahorrar con otras ocho personas, continuó con su ruta a través de un barco. Salieron en plena noche para evitar a la policía. «Remamos y remamos toda la noche. Todos estábamos cansados, no teníamos agua, no teníamos nada. El sol nos daba de lleno. Mirábamos hacia delante, pero lo único que veíamos era el agua. Nadie tenía fuerzas para seguir remando. 15:00h, 16:00h, 17:00h… muertos de hambre. Creíamos que íbamos a morir aquí».
A lo lejos, recuerda Junior, por fin vieron a la Cruz Roja, pero el barco no se dirigió hacia ellos. Fue la policía marroquí la que los vio primero y llegó a toda velocidad en su dirección. «Nos cogieron, nos metieron en una celda dos o tres días y nos echaron en otra ciudad al otro extremo de Marruecos, como aquí en Barcelona», cuenta. Una vez más, tuvo que empezar de cero. El camerunés tuvo que retroceder mucho a lo largo de su travesía, sobre todo porque necesitaba dinero para seguir adelante. Así que paró varios meses para trabajar en Marruecos y Argelia antes de poder continuar.
Ceuta, «cada uno por su lado, Dios por el de todos»
La última y más peligrosa etapa de este viaje de más de 4.000 kilómetros es sin duda Ceuta. “Entre trescientas y cuatrocientas personas duermen en el bosque” cercano a la barrera. A veces, viven así durante meses a la espera de decidir el día de partida. Dentro del grupo, se establece una organización con una jerarquía : “teníamos un jefe” recuerda Junior. Cuando llega el momento, se envía a la gente a explorar la ruta para planificar un itinerario que les permita evitar a la policía.
«Luego hay que pasar con la boca cerrada para que no nos oigan. Todos los recién llegados se calzan por detrás y todos los veteranos, como nosotros, se calzan por delante. Todos se quitan los cordones de los zapatos y se atan al vecino de atrás. No podemos dispersarnos porque estamos a oscuras. Hay 400 personas a lo largo de la cuerda», recuerda. Tuvieron que dar muchos rodeos para llegar a la frontera y evitar a la policía, además de caminar toda la noche.
Cuando la policía cambió de turno, después de haberse desatado, todos corrieron colina abajo hasta la barrera. «Cuando los marroquíes nos vieron, dieron la alarma. El hombre al que nombramos general nos pidió que cada uno cogiera una piedra grande. La policía sacó una pistola con balas de fogueo. Dispararon cuatro veces al aire para asustarnos. La 5ª vez dispararon a uno de nuestros hermanos. La bala le hizo una bola en la mano».
Junior explica que esto no asustó al grupo, porque comprendieron que era una bala de fogueo. El hombre que había sido nombrado general pidió entonces a 50 personas que se acercaran y tiraran las piedras a la policía. Bocas relata este importante momento con frialdad. «La policía huyó y el general dijo ‘ahora cada uno por su lado, Dios por todos’. Todo el mundo intentó averiguar cómo saltar la valla. “Yo tuve la suerte de llevar una cámara de aire de coche en la mochila. Atravesé el agua”.
Algunos treparon por la valla y se protegieron del alambre de espino con mantas, pero pocos consiguieron cruzar. «De las 400 personas que había en el bosque, solo 119 consiguieron pasar», dice Junior. Una vez en la playa, el grupo permaneció unas horas en el agua, esperando a la Cruz Roja y a los medios de comunicación «porque si sales, la Guardia Civil te pilla y te manda de vuelta a Marruecos. Nos lo habían dicho los que vinieron antes que nosotros». Por fin fuera, gritaron a coro «Boza, boza, boza», que significa libertad. «Todavía tengo los vídeos», dice emocionado, «y lo primero que hice fue llamar a mi hermana».
«Sin el boxeo, me habría vuelto loco».
A pesar de clamar por la libertad, Junior concreta que tras llegar a España tuvo que pasar por varios centros y asociaciones de Ceuta, Asturias y Badajoz antes de llegar a Madrid unos años después. «La vida en los centros era como estar en la cárcel», resume. Fue expulsado varias veces y vivió en la calle, a veces durante un mes. En Madrid, consiguió sus papeles gracias a un contrato de trabajo.
Hoy, a Junior se le puede encontrar tres veces por semana en el gimnasio. Sudando después de más de una hora y media de entrenamiento, explica: «Lo que me ha dado fuerza aquí en España es el boxeo. Porque si no hubiera hecho nada me habría vuelto loco o alcohólico. Muchos de mis amigos están locos. Los veo y no saben lo que hacen. ¿Por qué están locos? Porque no tenían nada que les diera fuerzas para seguir. Empezaron a fumar drogas y a beber para dejar de pensar».
Estuvo a punto de drogarse, pero le expulsaron del albergue donde vivía precisamente por eso. «Dios me pilló, me echó del centro y me llevó al gimnasio», cuenta. Tras probar a correr y hacer pesas, se dio cuenta de que el boxeo era lo que realmente necesitaba. Desde que empezó, no paró. «Seguí boxeando a pesar de que tenía problemas, sin papeles, sin nada. Nunca me rendí. Aunque sufría, dormía mal, me levantaba mal, hacía todo mal, por la noche mi entrenamiento era lo más importante. Nunca me perdía un entrenamiento», recuerda.
El deporte era casi una necesidad para él. «Me quitaba el estrés del cuerpo. Si hubiera seguido con el estrés, me habría matado, porque no tienes papeles, no tienes trabajo, no tienes a nadie, te vigilan… Si haces algo mal, te pueden echar. El deporte me quitó la rabia. Me ha mantenido bajo control para que no me ponga violento. Le doy las gracias al boxeo por todo eso».
Hoy, su sueño es abrir su propio gimnasio de boxeo en España o en Camerún, «pero con mi familia en este momento es imposible. Incluso mis pequeños ahorros tienen que ser enviados fuera. Aunque mi nevera no esté llena, tengo que enviar el dinero. No vivo sólo para mí, sino también para ellos». Tras ganar el título español, Bocas lleva una vida modesta en Madrid. Sigue boxeando por su cuenta como amateur y espera convertirse algún día en profesional. Dejó su trabajo de entrenador, que no le permitía ganarse la vida y actualmente se está formando para ser soldador. «Podría escribir un libro sobre mi historia, pero si alguien lo lee, le dolerá, porque he sufrido mucho», concluye.
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