Bordar la historia: el arte palestino que se resiste a morir
Más de un centenar de personas se reúnen en Casa Árabe para aprender Tatriz, un arte tradicional de Palestina que recoge la historia de resistencia de la diáspora
Entre tela, tijeras, agujas e hilos de colores rojo, verde, naranja, azul, amarillo y granate se entrecruzan las manos del primer grupo de alumnas. Todas tienen una hoja impresa con los patrones a seguir. “Yo he elegido bordar la luna y las estrellas”, dice una de las asistentes. “Yo quiero bordar la flor de Damasco”, comenta otra. Este es uno de los cinco grupos que, durante el mes de diciembre, se han reunido en Casa Árabe de Madrid y Córdoba para aprender Tatriz, un bordado tradicional palestino declarado en 2021 por la Unesco como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.
A través de este bordado, los asistentes reconstruyen la cultura e identidad de Palestina, así como los relatos de resiliencia de este pueblo frente a la ocupación israelí en 1948. De padre palestino y madre española, Dina Asfour, bordadora cultural y fundadora de Tatreez Collective cuenta que esta fecha determina un antes y un después del tatriz, “porque la historia de este bordado es la memoria política de Palestina”, expresa.
Fue en 1948 cuando la Organización de las Naciones Unidas (ONU) propuso dividir Palestina en dos estados independientes, “uno árabe palestino y otro judío”. Además, es en este año en el que, según Naciones Unidas, Israel logró independizarse de la administración británica y ocupó el territorio palestino (el 77%) que estuvo bajo mandato británico.
Unas puntadas sobre la historia
“Esto marca la historia de nuestros padres, de nuestros abuelos y abuelas, de nuestra identidad. Aparece la diáspora, el exilio, el trauma de la guerra, pero también el amor a la tierra”, esboza Asfour. Y hace referencia a que, tras el 48, más de la mitad de la población árabe palestina fue expulsada de sus tierras para huir hacia el nuevo estado o a los países vecinos. Una cifra que, antes de la guerra de octubre de 2023, sumaba los 6,3 millones de desplazados establecidos en países árabes, unos 1,7 millones en los territorios de 1948, otros 5,3 millones en el Estado de Palestina y 750.000 de países en el extranjero (1.364 en España), según los datos de 2021 del Centro Árabe Washington DC.
Es entonces cuando el tatriz evoluciona. Pasó de ser una referencia de un lugar o un territorio palestino (antes del 48) a convertirse en su insignia nacional. “Tras la ocupación israelí se quitó a nuestros abuelos su identidad de ciudadanos, se les arrebató sus tierras, sus casas y hasta sus vidas, pero el tatriz siguió vivo como muestra de que aún estamos y existimos como un Estado, como nación y como cultura”, precisa.
Junto a ella, Maysun Cheikh Ali, profesora y artista hispano-palestina y también tallerista de estas jornadas, enhebra hilo rojo en una aguja de punta redonda, requisito fundamental para hacer tatriz. Esto, explica, “ayuda a que el hilo pueda volver”. Mientras sonríe sin quitar de vista el bordado, precisa que la aguja de punta redonda es una gran metáfora para explicar el sentido del tatriz. “Con ella unimos la memoria de nuestros abuelos con el ahora. El objetivo es conservar nuestra identidad y que eso nos permita volver siempre a nuestras raíces”.
Bordar solidaridad
Asfour y Cheikh Ali dictan los talleres de tatriz en Madrid y Córdoba y ambas, unidas por el amor a este arte, coinciden en que el bordado tradicional ha logrado existir gracias a las redes de apoyo y de enseñanza, primero por las mujeres desplazadas a causa del conflicto Israel-Palestina y luego por las nuevas generaciones de la diáspora. “Nos enseñamos unas a otras cómo bordar, qué significa cada patrón, el uso del color como representación de cada ciudad palestina, así como la historia política del país”, dice Cheikh Ali.
Van contando las historias de Palestina, de la guerra, de las mujeres mientras bordan junto a muchas otras, que aun sin conocer nada sobre el tema se interesan. El espacio se convierte en un ir y venir de risas, de conversaciones, de tomar té de hierbabuena con pasteles árabes y claro, de bordar.
Aayat Aziz, de 21 años, no despega el ojo de la tela. Puntada a puntada logra un patrón perfecto. “Me encanta aprender de la identidad palestina, de su fuerza”. Para esta joven hindú residente en España desde hace cuatro meses, el conflicto por el territorio entre Israel y Palestina no le es desconocido. Ella es de Cachemira, una zona afectada desde 1947 por un conflicto territorial entre Pakistán y la India. “Llevo a Palestina en el corazón, me solidarizo con las personas inocentes que pierden la vida cada día a causa de la guerra”, comenta.
Nur Alyafi Karmach, residente en España desde que inició la guerra en Siria en el 2011, borda pacientemente una rosa de Damasco. “Me gusta este trabajo colectivo de prender de las demás, como lo hacían las mujeres del 48. Ellas, aun sin saber leer ni escribir, aprendieron a comunicar a través del bordado y a contar su propia historia”, destaca. Alyafi Karmach, confiesa que estos espacios le permiten tener un lugar para volver a sentir cerca la cultura árabe. “Cuando explotó la guerra en mi país, yo estudiaba en la Universidad de Cádiz, en España. Me vi varada, sin poder regresar. Aquí he construido mi nuevo hogar”, menciona.
Como ellas, muchas otras se dan cita en los talleres, unas son de Marruecos, otras de Siria, de la India, de Portugal, de España. “Este es un espacio en donde confluye la interculturalidad. En donde personas de todas partes se reúnen para conocer el arte, el talento y la memoria histórica de Palestina y de los países árabes”, esboza Olivia Orozco de la Torre, coordinadora de Formación y Economía de Casa Árabe Madrid.
Orozco asegura que el taller tenía previsto contar con la presencia de un grupo de mujeres representantes de la fábrica de Soulafa, una ONG creada por UNRWA en 1995 para reactivar económicamente a cientos de mujeres de esta zona a través del bordado y venta de tatriz. El problema dice, “Es que ahora, la guerra ha destruido la fábrica y no sabemos cómo están ellas. Es muy difícil saber cómo ayudar desde aquí”, lamenta.
Maysun Cheikh Ali, la tallerista, artista y profesora, tiene la receta para la pregunta de Orozco: “Hacer cosas”, zanja. “El poder de las pequeñas acciones es inmenso. Con el bordado, por ejemplo, contamos que Palestina no solo son los rostros de la guerra, sino que es arte, cultura, que es identidad, que tiene artesanos, maestros, artistas, ingenieros y mucho más”, finaliza.
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