Okba Mohammad- Laila Muharam Rey
Dos carceleros se acercan a la celda número 37, en la prisión del aeropuerto de Mezzeh en Damasco, una tarde del año 2014. En el habitáculo de menos de metro y medio por tres, cumplen condena en la penumbra Ammar Saber y otras once personas. Los guardianes llaman a Saber y le ordenan acercarse a la puerta de espaldas y en cuclillas. Le vendan los ojos y lo sacan a un pasillo lleno de celdas. Es entonces cuando Saber escucha una voz que no oía desde hacía años.
Saber, de 40 años, oriundo de Ghouta Oriental, en el Campo de Damasco. Detenido durante un año y medio en un centro de detención de la inteligencia siria del aeropuerto de Mezzeh, en Damasco. Meses antes, él y su familia daban por hecho que su hermano Abd El Basset estaba muerto o desaparecido. Pero aquella tarde del 2014 se encuentran, sin saberlo, en el pasillo de la misma prisión. Saber lleva los ojos vendados. Su hermano no. Abd El Basset responde al interrogatorio de un oficial.
—¿Es esta la voz de tu hermano?— pregunta el carcelero a Saber.
—Sí—responde.
—¿Ves? Soy Dios: revivo y hago morir. ¿No estaba muerto? Lo traje a la vida—se burló el carcelero.
Mientras está sentado en un banco del jardín contiguo al Palacio de la Aljafería de Zaragoza, Saber recibe una llamada: «Te llamo más tarde, estoy con unos periodistas y lo voy a contar todo». Será la primera vez que repase los hechos más traumáticos de su paso por la prisión del aeropuerto de Mezzeh, uno de los centros de detención donde más torturas y ejecuciones extrajudiciales se han documentado.
Se mantuvo al margen del conflicto en su país hasta que lo detuvieron en el otoño de 2014. Más tarde, obtuvo asilo político en España tras entrar al país desde Marruecos en 2017 a través de Melilla. En el informe de Médicos del Mundo que facilita a Baynana se documenta al detalle los efectos de la tortura en su cuerpo. Dice que «lo peor de todo son las pesadillas, porque es como volver allí».
La tortura en las prisiones y centro de detenciones sirias es una de las razones por las que las víctimas huyen y buscan asilo en Europa. El número de personas que solicitaron asilo en España alcanzó su pico más alto en 2015 (con 5.723 peticiones concedidas, que coincide con la entrada de Rusia en favor del gobierno sirio), y luego el número va descendiendo, salvo en 2017 —con la reconquista de Alepo por parte de las tropas gubernamentales— (3.069 en 2016, 4.277 en 2017, 2.901 en 2018, 2.452 en 2019, 419 en 2020 —comienzo de la pandemia—, 1.115 en 2021 y 1.297 en 2022).
El aumento o disminución de las solicitudes de asilo estuvo relacionado con el ritmo de la guerra en Siria, que dura más de una década. Sin embargo, es difícil saber el número de solicitudes de asilo por tortura en particular, y en este sentido, el Ministerio del Interior responde a Baynana por correo electrónico: "No podemos proporcionar datos sobre los motivos de solicitar asilo porque es información personal".
Detenido en la frontera
Hace ocho años, en 2014, cuando la oposición controlaba amplias regiones de Siria y el régimen se encontraba en una situación de debilidad, Saber decide regresar a Siria desde el Líbano para terminar un trabajo, desde donde luego planeaba poner rumbo hacia Argelia. Cuando llegó al primer puesto de control militar sirio en la frontera sirio-libanesa, "cinco elementos me rodearon en segundos y me esposaron. Me taparon los pies y la cabeza con una bolsa y me llevaron a un cuarto con baño. En ese momento me asusté y vomité”, recuerda de los momentos aterradores de su arresto.
El hombre fue llevado al aeropuerto militar de Mezzeh en Damasco, que la inteligencia siria convirtió en un centro de detención que contenía unas setenta celdas, cada una de 180 cm de largo y 120 cm de ancho. Saber dice que lo colocaron con otras quince personas en una de estas celdas estrechas. También había varias salas de interrogatorios. “No le vi la cara a nadie ahí, excepto al que tomó mis cosas y me saludó con cincuenta bofetadas en la cara. Tuve la cara hinchada durante toda una semana”.
Una de las reglas estrictas que siguen los soldados en las prisiones y centros de detención sirios es no permitir que el detenido vea la cara del alcaide, por temor a que tome represalias después de su liberación. Solo se permite quitarle la venda a los detenidos condenados a muerte.
Su hermano Abd El Basset fue uno de ellos. Saber supo que no llevaba la venda porque los carceleros comentaron si “también” debían quitársela a él. Mientras siguiera saliendo a ciegas de la celda 37, Saber tenía una oportunidad. De su hermano no volvió a saber nada. Tiempo después, su madre acudió a la comisaría para preguntar por su hijo Abd El Basset. A través de un certificado, se le comunicaba que había sido juzgado en un tribunal militar, lo que en la jerga burocrática se traduce en ejecución.
Tratar la tortura con paracetamol
“Me torturaban con descargas eléctricas. Me arrancaron varios dientes a puñetazos. Me golpearon los dedos con la parte trasera del kaláshnikov. Luego me arrancaron las uñas con un alicate. No hay nada más duro que eso. Mis dedos se infectaron y no había medicinas. Cada una o dos semanas venían a darme paracetamol, todo lo trataban con paracetamol”, cuenta Saber.
La tortura de los detenidos comienza por golpes e insultos desde el inicio de los interrogatorios. Saber recuerda el caso de algunos presos obligados a inventar confesiones por la crudeza de las torturas. Uno de los métodos más destacados es el Shabeh, un término muy conocido por los sirios, que consiste en obligar al detenido a sentarse o pararse en posiciones dolorosas durante largos períodos y empujar la silla en la que se mantienen para dejarlos colgando de las manos.
Pero serán los chantajes psicológicos los que más recordará Saber. Lo más doloroso para él es escuchar el llanto de los niños y las mujeres en celdas “llenas de piojos”. Durante su estancia, varias mujeres entraron a las celdas estando embarazadas, y dieron a luz dentro en condiciones infrahumanas. “Cuando [los otros prisioneros y yo] oíamos la voz de los niños, nuestros corazones se estremecían”.
“Trajeron a una persona a nuestra celda en la noche y murió en la mañana. Cuando los carceleros descubrieron que había muerto, comenzaron a maldecirlo. Después, trajeron una bolsa especial para poner los cadáveres, lo metieron y lo llevaron a la puerta, escribieron un número antes de llevárselo” relata Saber sobre los incidentes que vio con sus propios ojos. Cierta información llegaba a los detenidos de la prisión a través de otros prisioneros que trabajaban a la fuerza bajo las manos de los oficiales. Por ellos supieron que los cuerpos de los detenidos estaban siendo enterrados en fosas comunes.
El informe César y la jurisdicción universal
Aunque Sednaya tiene fama de ser la prisión más aterradora del sistema penitenciario sirio, las cárceles de la periferia de Damasco y en concreto, las del distrito municipal de Mezzeh, han adquirido mayor relevancia en los últimos meses debido a varios procesos judiciales abiertos por tribunales internacionales para que sus responsables rindan cuentas ante la justicia.
La Corte francesa acaba de emitir órdenes de detención internacional por la complicidad de altos cargos del régimen en crímenes de lesa humanidad y crímenes de guerra, y en concreto, por el asesinato de dos sirio-franceses de la familia Dabbagh en la cárcel de Mezzeh. También hay otra investigación abierta por el fiscal de Chicago en Estados Unidos sobre la muerte de la siria-estadounidense Layla Shweikani, de 26 años, y la tortura que sufrió en la cárcel subterránea del aeropuerto de Mezzeh.
En 2013, un fotógrafo del Ejército sirio destinado a un hospital militar en las inmediaciones de Damasco, deserta y filtra 55.000 fotografías de cuerpos de detenidos asesinados en las cárceles, lo que se conocerá como Informe Caesar. El conjunto de imágenes será clave para la Comisión Internacional de Investigación a cargo de indagar los crímenes de guerra en Siria y demostrar las atrocidades cometidas bajo la responsabilidad de altos cargos del régimen.
El poder judicial francés también se basó en el archivo fotográfico del desertor, quien documentó a miles de víctimas que murieron de hambre, enfermedades y torturas en prisiones sirias entre 2011 y 2013, y en las que se incluyen personas ejecutadas en la cárcel subterránea del aeropuerto de Mezzeh.
El ataque que libra a Saber
Saber no pensaba que fuera a salir, ni que el bombardeo de la oposición armada contra el centro de inteligencia en el aeropuerto de Mezzeh sería la causa. Saber salió de la prisión porque el ejército libre sirio atacó este centro de detención, generando caos dentro y destruyendo o desapareciendo muchos de los informes de los presos. Cuando hicieron una estimación de los prisioneros tras el ataque, su nombre no aparecía por ninguna parte. Cuando le llevaban a los interrogatorios, le preguntaban por qué estaba allí. Los carceleros habían perdido su caso. Saber se había convertido en un número sin antecedentes.
Mientras que el hombre estaba en su celda un jueves por la noche, se acercó un carcelero a su ventana, llamó a Ammar Saber y le tiró ropa. “Entonces mis compañeros en la celda me felicitaron porque era una señal de que me iban a liberar”. Unos minutos después, repitieron el mismo protocolo: le taparon los ojos para llevarlo a otro cuarto. Un oficial puso la mano en su hombro y le preguntó si se había duchado allí alguna vez y Saber le contestó que llevaba siete meses sin ducharse. Entonces, el hombre le dijo: “la ducha es una suerte, hay gente que lleva más de un año sin ducharse". Se duchó rápidamente y se lo volvieron a llevar.
A pesar de estos indicios, Saber no se mostraba optimista. Creía que lo preparaban para ejecutarle de un tiro en la nuca frente a una fosa común, como pasó en al Tadamon. Especialmente cuando los soldados lo torturaban psicológicamente, si alguno pasaba cerca de él, decían: "Este es de ISIS, lo llevarán a ejecutar", y se reían. Saber rezaba: “Dios mío, por favor, no lo hagas más difícil con la tortura”.
Pero llega el alivio. Saber abandona la oscuridad con mucho miedo y ansiedad. Lo suben al autobús con otras personas y, después de un breve recorrido por el centro de detención, lo dejan en la estación.
Después de su liberación, se sube a un taxi para ir a casa de su abuelo. “Entré a una tienda y allí bebí agua y pedí a un chico que me llevara a casa por un camino sin controles. Cuando me abrieron la puerta, entré corriendo y le dije a mi prima que saliera para asegurarse de que nadie me seguía”, describe Saber de los primeros momentos de su salida. Semanas después de recibir tratamiento, Saber huyó de nuevo hacia Líbano de manera irregular.
Saber ha rehecho su vida en Zaragoza con su familia. Gracias a la reagrupación familiar, ha podido traer a su esposa y a sus tres hijos desde Argelia. Saber volvió de nuevo a su profesión en España tras el horror que vivió en el centro de detención sirio.
A su llegada conoció a gente que tenía una granja de caballos en Málaga. Al principio solo quería adentrarse en el campo de la doma de caballos en España, pero luego estableció una granja privada en Zaragoza con su socio, un extranjero inversor. “Volveré a la competición mundial si Dios quiere, seguro. Esto va a pasar, ¿qué por qué? Porque después del naufragio, tengo que levantarme más fuerte” concluye convencido.
La historia de Saber es la historia de muchos sirios que han huido de ese país por la violencia ejercida contra la población civil. Aun así, países como Turquía, Dinamarca o Líbano aceleran sus planes para repatriar a cientos de miles de refugiados sirios. Sin embargo, el peligro de que los torturen o persigan al volver a su país persiste.
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