Una confesión siria sobre Alepo, Saraqeb y otras partes de esa tierra
Los sirios siguen siendo como aquellos dos enamorados frente al mural, o como aquel niño que se fue en un autobús verde con la esperanza de regresar. Hoy, ese niño ha vuelto, ya convertido en un joven
Hace ocho años, dos enamorados se detuvieron frente a un mural en la ciudad de Alepo, en el que estaba escrito: “Volveremos, oh amor”. Ese día, ambos, junto con otras 34.000 personas, subieron a autobuses verdes que los llevaron a las afueras de Alepo e Idlib, en el noroeste de Siria. Llevaban consigo sus dolores, añoranzas y desilusiones, con la certeza de que el regreso era imposible. Quien escribe estas líneas cargó con las mismas emociones dos años después, en agosto de 2018 cuando partió de Daraa, al sur de Siria, hacia el norte, acompañado de otras 13.000 personas. Antes y después de esa fecha, incontables sirios recorrieron caminos similares, desde Homs y Hama hasta Daraya, Zabadani y otras zonas rurales de Damasco, cada uno llevando su propia carga.
Los dos enamorados dejaron atrás, en 2016, otra imagen que llenó las redes sociales: el general iraní Qasem Soleimani en la ciudad de Alepo, rodeado por soldados de sus milicias, portando su arma con una sonrisa de triunfo. Celebraba la expulsión de los dos enamorados y de miles más tras la destrucción de la ciudad por bombardeos rusos. Esa guerra que duró más de tres años dejó cientos de muertos.
Entre los desplazados de Alepo en ese entonces había cientos de niños, incluido uno que no había cumplido los doce años. En una entrevista desde un autobús verde, ese niño dijo: “Es cierto que nos estamos yendo de Alepo, pero cuando crezcamos, volveremos para liberarla”. Ese niño, junto con otros tantos, ha crecido lejos de su tierra, en un exilio interno.
Hoy, ocho años después, Alepo ha regresado inesperadamente al seno de la libertad. No fue a través de operaciones militares que duraron tres años, sino en tan solo seis horas. ¿Cómo ha sucedido? ¿Qué nos espera a continuación? ¿Hacia dónde se dirige la situación en esta Siria olvidada? Estas son las preguntas que nos hacemos los sirios, temiéndolas, desprovistos de confianza en todo y en todos a nuestro alrededor, tras haber soportado un nivel de traición tan profundo durante 14 años. Tal vez sea esto lo que reflexionemos cuando logremos salir de este bloqueo mental provocado por la avalancha de noticias inesperadas: desde la liberación de pequeñas localidades y aldeas hasta la liberación de Saraqeb, una ciudad que albergó al autor de estas palabras por unos meses. Aunque fueron breves en el tiempo, esos meses fueron inmensos en su significado, como montañas. Saraqeb, una ciudad con una posición estratégica única. Y luego, la sorpresa: ¡Alepo! Ningún sirio, ni un solo día antes, hubiera imaginado que esto sucedería.
“Han entrado terroristas en Alepo”, así volvieron los medios del régimen de Assad a sus viejas narrativas, y hoy, algunos medios occidentales las replican. Los sirios nunca han sido terroristas. Sí, existen grupos terroristas, y existe una organización como Hayat Tahrir al-Sham, pero los sirios siguen siendo simplemente sirios. En busca de su libertad, obligados a empuñar armas para luchar por su patria contra la dictadura. Aquellos cuyas voces resonaron durante años y que fueron recibidas por la brutalidad de Asad, con asesinatos, torturas, desplazamientos forzosos. El régimen ha sometido a los sirios con hierro y fuego, con tanques y aviones, con el respaldo no solo de Rusia e Irán, sino también de los enemigos de la humanidad en todo el mundo. Hoy, esos mismos intereses respaldan narrativas que intentan borrar los comienzos y falsificar los finales.
Sin embargo, los sirios siguen siendo como aquellos dos enamorados frente al mural, o como aquel niño que se fue en un autobús verde con la esperanza de regresar. Hoy, ese niño ha vuelto, ya convertido en un joven.
Los sirios celebran la liberación de una ciudad o un pueblo, ya sea nuestra propia tierra, un lugar que nos acogió o incluso una parte de nuestra patria que nunca hemos pisado. Nadie tiene derecho a confiscar nuestra alegría por la liberación de las garras del dictador y sus milicias, con el pretexto de que el momento no es el adecuado, o que la operación cuenta con la aprobación de Estados Unidos o de Turquía.
Tampoco por la implicación del grupo Hayat Tahrir al-Sham, o porque puedan aprovechar las circunstancias regionales e internacionales. Las potencias internacionales han controlado a los sirios desde todos los frentes y han jugado con nosotros a su antojo durante años. Entonces, ¿qué daño hay en que este pájaro de alas rotas se levante, sacuda sus plumas y aletee un poco? ¿Qué daño hay en que esta vez utilice la política, aproveche la oportunidad y libere uno o dos pedazos del nido usurpado, devolviendo a sus hogares los habitantes de esas tierras liberadas, que fueron obligados a abandonarlas, a sus hogares? Que los enamorados puedan abrazarse de nuevo frente a su mural, que el sueño del niño de regresar se haga realidad y que podamos celebrarlo.
Dicen que estamos engañados, que lo que está ocurriendo no es más que burbujas mediáticas, y que hay acuerdos internacionales que nos trascienden a los sirios. Siempre ha sido así, desde que Asad padre asumió el poder hace más de 50 años, hasta que el hijo llegó a la presidencia, y durante toda nuestra revolución y lo que la sucedió, arrebatándonos lo que era nuestro. Entendemos que la rápida recuperación del control y la liberación de territorios puede no durar, especialmente conociendo la de Rusia, que ha sido la asesina de nuestros sueños como sirios.
Sí, tenemos miedo. Miedo de alegrarnos plenamente, como si la alegría tuviera un límite y pudiera agotarse. Miedo porque la guerra genera una pérdida de confianza en los demás, incluso en los más cercanos, y mucho más en las fuerzas regionales e internacionales que solo buscan sus propios intereses. Hemos fracasado rotundamente en lidiar con ellas durante años.
Sí, tal vez lo que presenciamos hoy sea otro capítulo de nuestro largo historial de fracasos, aunque lo percibamos como una victoria. Pero si la alegría puede agotarse, la esperanza no comparte ese destino; permanece, porque “aquí no hay imposibles”. Esta frase la leí en un mural en Saraqeb, en Idlib, donde viví como desplazado y exiliado. Una pequeña ventana hacia lo imposible. Más tarde, frente a otro mural cercano a la casa donde me refugiaba, encontré algo más de esperanza, ese recurso escaso en el exilio: “El espíritu abraza la ladera de la montaña, la nieve, las manzanas,la libertad y la esperanza. Adiós a los que partieron”.
Ante el rápido avance de estos días, resuena la alegría y el llanto en las voces de mis amigos en el noroeste de Siria en las notas de voz de whatsapp, en las llamadas entrecortadas y en los videos que ellos mismos han grabado, ya que algunos de ellos son periodistas. Es la primera vez, desde que dejé mi país, que experimento esta sensación desde lejos: el sentimiento de ver al frágil pájaro sirio levantarse, sacudir sus alas y tratar de volar de nuevo, mientras los rifles desde la tierra y el cielo intentan derribarlo.
Espero que este pájaro logre llegar, que todos los enamorados en el mundo regresen a su tierra, incluyendo a aquellos dos que se detuvieron frente a aquel mural, y a también a ese niño que ha crecido. Que juntos puedan entonar la canción de la estrella de las mañanas, Fairuz: “Volveremos, oh amor, volveremos, con la sonrisa de los pobres”.
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