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Nadia Ghulam, la escritora afgana que pone el foco sobre los derechos de las mujeres en el régimen talibán

Con un lenguaje claro y punzante esta multifacética activista denuncia el deterioro de los derechos de las mujeres en Afganistán, habla sobre los retos que enfrentan quienes migran en busca de la libertad y pone en perspectiva las secuelas que deja la guerra

Nadia Ghulam es escritora, educadora social y activista por los derechos de las mujeres afganas. Actualmente, reside en España en donde ha fundado la asociación Ponts per la Pau, que se dedica a dar acceso a la educación a niñas de Afganas, a través de la conformación de escuelas clandestinas en Kabul.  Ghulam es superviviente de un ataque bomba perpetrado durante  la guerra civil en Afganistán y durante diez años, tiempo en el que los talibanes tomaron el poder por primera vez,  se hizo pasar por su hermano muerto para evadir las restricciones hacia las mujeres establecidas por el régimen.

Las butacas del icónico Teatro del Barrio, ubicado en Lavapiés, en la zona centro de Madrid, se llenan por completo. Más de un centenar de personas se han dado cita para escuchar a Nadia Ghulam (Kabul, 39 años), activista afgana residente en España desde hace algo más de 17 años. Ghulam, junto con la actriz aragonesa Pepa Zaragoza son el elenco de la obra teatral Los cuentos a Nadia, un relato íntimo que mezcla la ficción y la realidad para hablar sobre el deterioro de los derechos de las mujeres afganas, los retos que enfrentan quienes migran “en busca de la libertad” y las secuelas de la guerra.

La ficción, interpretada por Zaragoza, habla sobre Qamar, una mujer que durante la infancia se hizo pasar por niño para ayudar a sus padres y que tras el ascenso de los talibanes se vio obligada a huir a España. La realidad, contada de manera directa y sin dilaciones por Nadia Ghulam, da cuerpo, nombre y apellido a ese personaje interpretado por Zaragoza. 

“Yo nací en un país en donde el concepto de paz era muy lejano para mí”, relata la activista para referirse a las más de cuatro décadas de guerra en Afganistán. La primera, iniciada en 1979 con la invasión de las tropas soviéticas en el país asiático. Un conflicto en el que unos 870.000 afganos fueron asesinados, tres millones resultaron heridos o mutilados, un millón de personas tuvieron que realizar desplazamientos internos y más de cinco millones se vieron obligados a huir del país, según la confederación internacional de organizaciones no gubernamentales, OXFAM. 

Otra segunda fase inició en 1992 con la guerra civil que cobró la vida de 10.000 personas solo en un año; en esa misma década (1996) el gobierno talibán tomó el poder y con ello se implementaron todo un paquete de normas del islam que restringían los derechos de las mujeres y que serían replicadas en 2021. 

Otra etapa que marcó un antes y un después en el país, estuvo determinada  por la presencia de Estados Unidos en Afganistán. Esto sucedió 2001, tras los ataques a las Torres Gemelas, cuando EE UU declara la guerra al país por considerarlo un “refugio seguro de terroristas internacionales”. Tras dos décadas de presencia estadounidense, las tropas se retiran por completo en agosto de 2021 y, en ese momento los líderes talibanes recuperan el control del país. A partir de esta fecha las políticas que restringen el acceso a derechos de las mujeres se han radicalizado, impidiéndoles el acceso a la educación, al trabajo, a salud y justicia. Han sido cuatro décadas de conflictos que han  arrastrado a más 29 millones de personas a necesitar ayuda humanitaria para poder sobrevivir y que, además, con los talibanes, se ha impuesto un apartheid de género.  

La guerra para quien la vive es para siempre

 “La guerra no solo destruye una casa, un hospital, una escuela, la guerra destruye todo, hasta la mentalidad de las personas. La guerra para quien la vive es para siempre”, concreta Ghulam, que recuerda perfectamente que, en uno de esos períodos, durante la guerra civil, se convirtió en una superviviente de un ataque bomba. El atentado la dejó, con apenas ocho años de edad, en estado de coma durante más de seis meses y la obligó a enfrentarse a 14 cirugías de reconstrucción.

La escritora Nadia Ghulam junto con la actriz Pepa Zaragoza en la obra Los cuentos de Nadia, este febrero en el Teatro del Barrio en Madrid. Fotos: Cedidas por Sanra Produce.

Cuando Ghulam salió del hospital se encontró con un hogar golpeado por la guerra. Su hermano, Zelmai, que tenía 15 años fue asesinado durante el conflicto. Su padre, que era farmacéutico y trabajaba en el Ministerio de Sanidad “se enloqueció a causa de la guerra”. “Aquí le denominan estrés pos traumático”, precisa la escritora. Mientras que su madre y su hermana eran mujeres en un Estado tomado por los talibanes. “En ese período se arrebataron todos los derechos de las mujeres”, asevera.  

Ghulam lo detalla claramente mientras reproduce una grabación de audio. En ella un hombre desmiga las leyes talibanes, establecidas primero en 1996 y luego en 2021 con la toma de poder de este movimiento afgano de ideología fundamentalista islámica: “Las mujeres no pueden salir de su casa, si salen tiene que hacerlo acompañadas de un hombre. Las mujeres no pueden ser atendidas por sanitarios hombres. La educación es prohibida para las mujeres”, y continúa un largo listado. 

Fue entonces, cuando la necesidad y la desesperación, la obligaron con apenas 10 años de edad, a ocupar la identidad de su hermano y convertirse en una “Bacha posh” que significa “niña vestida de niño” en darí, una lengua cooficial de Afganistán, junto con el pastún. “Muchos medios de comunicación me preguntan cómo se me ocurrió esta idea”, dice mientras hace una breve reflexión. “¡Y yo qué sé!”, expresa con un tono perspicaz. “Solo me dije a mi misma que si únicamente los hombres pueden salir de su casa entonces voy a vestirme como mi hermano y voy a trabajar para ayudar a mi familia. Mañana las cosas van a cambiar”.

Una mente espabilada 

Así, durante diez años, Ghulam se mimetizó en las dinámicas de la sociedad afgana siendo un hombre. En ese tiempo, asegura, ocupó trabajos en la construcción, en la excavación de pozos o como ayudante del imām o líder que dirige la plegaria de los fieles musulmanes en la mezquita. Pero también, cuenta Ghulam, “ejercía su poder de hombre dentro de su hogar”. “Aún ahora, cuando me reúno con mi hermana, ella se pone de pie al verme y guarda silencio hasta que me retiro. Debía ser así. Si en mi casa no me respetaban como si fuera un hombre me habrían descubierto”, examina. 

Cada día para Nadia Ghulam era un nuevo riesgo. “En cualquier momento me podían descubrir y el castigo en las leyes talibanes por hacerme pasar por hombre es lapidarme”, asevera.  Una preocupación que cada vez se iba acrecentando.  Ya no era la niña de diez años, su cuerpo empezó a cambiar. Debía irse, pero eso, para ella que siempre ha sido “espabilada” –como se define- no era un problema.

La activista Nadia Ghulam, el pasado 1 de febrero en el Teatro del Barrio, en Madrid. Fotografía: Cedidas por Sanra Produce.

La llegada en 2001 de Estados Unidos a Afganistán puso el foco sobre la situación humanitaria del país. “He estado cinco años debajo de cámaras de fotografía, con periodistas, con ONG. Todos decían que me iban a ayudar. Pero cuando sus cámaras se pagaban, su entrevista terminaba ya no me conocían más”, reclama. Hasta que un día conoció a una periodista que la vincularía con la Asociación para los Derechos Humanos en Afganistán (ASDHA), la ONG con la que pudo viajar a Barcelona en 2006. 

Conocimiento para no dejarse manipular 

“Al llegar a España pedí asilo. Me pidieron pruebas de que necesitaba ser asilada. ¿Pero qué otra prueba querían? Yo llevo las marcas de la guerra tatuadas en mi piel y en mi rostro”, pero eso no fue suficiente, reclama. “Esto ha hecho que tres años no tuviese papeles, cinco años no tuviese permiso de trabajo y 17 años en que no tenga nacionalidad española”. 

Así, con ganas de abrirse una nueva vida en España, Ghulam empezó a preparar comida afgana para vender a domicilio, se formó como educadora social, ha escrito media docena de libros que recuperan sus vivencias y hablan de su Afganistán natal y ha fundado la asociación Ponts per la Pau (Puentes por la Paz), que ayuda a niñas y niños en Kabul a tener una oportunidad en la vida a través de la educación. 

El proyecto que empezó en 2016 con 30 estudiantes mujeres, ahora ha atendido a 500 niñas que quieren seguir aprendiendo. “Son escuelas clandestinas. Decimos que damos clases de costura, pero en realidad enseñamos a las niñas a leer y escribir”, dice y suelta una gran carcajada. 

Ghulam sonríe y explica que a través de la asociación ha fundado la primera biblioteca para mujeres en Kabul. “Es una biblioteca religiosa. Es muy importante conocer nuestra religión. Necesitamos que las mujeres vean que no es ningún dios, sino que son unas personas [los talibanes] quienes las oprimen en nombre de dios.  Si tienes conocimiento nadie puede manipular”, concreta.

Por eso para ella hablar sobre migración, sobre refugio implica una responsabilidad clara: “La solidaridad no solo es dar comida o ropa a una ONG. Si realmente quieres ayudar a una persona ayúdale con educación y posibilidad de trabajo, no convirtiéndola en víctima. La libertad es saber que tienes oportunidad de elegir”, finaliza.

كاتب

  • Paula Herrera Camacho

    Paula Herrera, escribe sobre derechos humanos, migraciones, derechos mujeres y diversidades. Máster de periodismo en Diario El País. Ha estudiado comunicación social en la Universidad Central del Ecuador. Premio “Gerda Taro”, por el especial “Cinco mandamientos que (mal)educan a las mujeres”.

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Paula Herrera Camacho

Paula Herrera, escribe sobre derechos humanos, migraciones, derechos mujeres y diversidades. Máster de periodismo en Diario El País. Ha estudiado comunicación social en la Universidad Central del Ecuador. Premio “Gerda Taro”, por el especial “Cinco mandamientos que (mal)educan a las mujeres”.
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