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Una Holanda con la ultraderecha al mando pone en vilo al colectivo migrante  

El país, que actualmente tiene en espera unas 30.000 nuevas solicitudes de asilo, se prepara para una transición de gobierno presidida por Geert Wilders, que aún baraja una coalición que le permita gobernar

Jubayr Sayah (Siria, 33 años) espera con incertidumbre la nueva transición de gobierno en el país en el que reside, Países Bajos. 

Hace menos de un mes, el 22 de noviembre de 2023, el ultraderechista y abiertamente defensor de las políticas antiinmigración Geert Wilders, del Partido por la Libertad (PVV), obtuvo un triunfo electoral inesperado con 37 escaños de un Congreso de 150. Para Sayah, este partido “es hostil con los refugiados y en general con los migrantes. Nos preocupa que se intensifiquen las dificultades en las solicitudes y la aceptación de asilo para los refugiados”, menciona desde su residencia en Smilde, una pequeña localidad holandesa ubicada en el norte de Países Bajos. 

“Ahora nos mantenemos en alerta de las nuevas decisiones. Una de ellas, es la aplicación severa de la ley que prohíbe el uso del hiyab para las mujeres en dependencias públicas”, lamenta.

Sayah, que ahora forma parte de las más de 36.000 personas que en 2022 solicitaron asilo humanitario para residir en Países Bajos, llegó hace algo más de un año y medio al campamento de refugiados de la ciudad de Assen, al norte del país, tras un largo periplo. Su oficio como periodista le permitió denunciar varios casos de corrupción y continuas violaciones a los derechos humanos cometidas por parte del régimen de Bashar Al Asad, actual presidente de Siria. Todo esto desembocó en que él y su familia vivieran un asedio continuo del gobierno sirio. 

Daara, la ciudad natal de Sayah, en 2011 se convirtió en el semillero de la revolución siria contra Assad. Sin embargo, desde 2018 el régimen tomó el control y ahora lidera una guerra secreta de asesinatos contra sus opositores. “Llegaron a mi pueblo y empezaron a buscarme casa por casa. Supe que mi familia y yo estábamos en peligro y debíamos salir de allí lo antes posible”, explica en entrevista con Baynana. 

Del sentido común al estereotipo

“Las propuestas de Wilders anteponen los derechos de los holandeses, por eso mucha gente está de acuerdo con su triunfo electoral, para limitar la llegada de refugiados y aprobar sus leyes”, comenta Sayah. Aunque las negociaciones entre el presidente del PVV y los representantes de los tres partidos de centroderecha del país para formar coalición podrán extenderse hasta bien entrado el 2024, lo cierto es que el ambiente de incertidumbre no solo afecta a Sayah y su familia, sino al colectivo migrante y refugiado que reside en este país.

Para el analista e investigador de movimientos sociales, discursos de odio y extrema derecha, Miquel Ramos, el triunfo electoral de Wilders en los Países Bajos es una muestra clara de cómo la ultraderecha lidera una batalla cultural centrada en conquistar el sentido común de las personas. “La extrema derecha crea un enemigo, que es la migración. De esta manera, todos los fallos del sistema se eximen de dar respuesta a muchos de los problemas económicos latentes, desde la vivienda hasta poder llegar a fin de mes”. 

Ramos explica que ese sentido común, que ayuda a entender la importancia de que los derechos humanos deben ser accesibles para todos, se ve manipulado por el discurso de la extrema derecha. “Nos hacen creer que si unos ganan derechos, otros los perdemos.  Entonces logran que un trabajador vote más motivado por la supuesta competencia que le supone una persona migrante antes que por su condición de clase que le haga exigir leyes que le ayuden de alguna manera a su precariedad”. 

Khalid Jones (Sudán, 41 años), también residente en Países Bajos, no se sorprende por la victoria del líder del Partido por la Libertad. “Muchos políticos envían discursos de igualdad y garantías, no solo para los locales, sino para los migrantes y refugiados, pero luego nos atacan [a los migrantes] con persecuciones policiales, desalojos y políticas antiinmigración”, denuncia. 

Una discriminación histórica

Jones salió de su natal Darfur, situada en el occidente de Sudán hace 20 años. La escalada de violencia producida por las disputas de poder entre las Fuerzas Armadas de Sudán y las Fuerzas de Apoyo Rápido (el grupo paramilitar más poderoso del país) han obligado a más de cinco millones de personas a abandonar sus hogares. De esta cifra, unos cuatro millones son desplazados internos, mientras que unas 800.000 buscan protección en otros países, como en el caso de Jones, que ya lleva 20 años viviendo en Países Bajos. “Estuve indocumentado 16 años de mi vida, sin vivienda, sin acceso a un trabajo formal”, cuenta. 

La demora de la respuesta de las solicitudes de asilo, la discriminación institucional y la falta de oportunidades para que los migrantes puedan integrarse en el país de acogida son los principales retos que Jones desgrana. “Todo esto viene pasando desde hace años, solo que antes los políticos no eran honestos con nosotros”, explica. “Ahora Wilders habla de cerrar fronteras para los migrantes o de devolvernos a nuestros países, pero cuando tienes que dejar tu casa no tienes otra opción. No piensas que vas a vivir en Holanda, sino que piensas que necesitas vivir en alguna parte”, zanja el miembro y portavoz del colectivo de refugiados en Ámsterdam We Are Still Here.  

Jones dice que en 2018 recibió la autorización de permiso de residencia como refugiado humanitario tras 16 años de espera y con ello el gobierno le entregó una vivienda en Ámsterdam oeste. “La demora en los procesos administrativos también es una forma de discriminación institucional. Sin embargo, he aprendido que, contrario al racismo institucional, la gente de los barrios nos apoya y la integración es mucho más fácil”.

Sh., una joven siria de 29 años, que prefiere no decir su identidad por seguridad, coincide con Jones. “La integración con la gente nacional es bastante fácil”, cuenta. “Al principio, me sentía inquieta como mujer con velo, pensé que podría estar expuesta a algún tipo de racismo por usar el hiyab, pero después de un corto período de tiempo mi visión cambió”.

Ella llegó al centro nacional de recepción de refugiados de la localidad de Ter Apel a mediados de 2022 y al poco tiempo ha recibido un permiso de residencia por cinco años. Ahora Sh. y su familia residen en Drenthe, una provincia ubicada al noreste de Países Bajos, en la frontera con Alemania. Para ella, aunque la comunidad facilita la convivencia y adaptación a las dinámicas sociales del lugar, temas como las posibles restricciones al uso del velo en espacios públicos le preocupan. “Independientemente de vivir en esta nueva sociedad, el hiyab para mí representa parte de mi identidad, de mi religión y de las costumbres sirias, no lo dejaría, aunque esta ley entre en vigencia”.

Laura Mijares Molina, arabista de formación y directora del grupo de investigación de análisis sobre el islam en la Universidad Complutense de Madrid, explica que los discursos de la extrema derecha vinculados a la islamofobia son una estrategia, no solo para evitar hablar del racismo, sino también para no ser acusado de racista. En este sentido, la experta concreta que la islamofobia también tiene una fuerte carga de discriminación de género porque “el velo instrumentaliza la discriminación de las mujeres para justificar y legitimar que se pueda cuestionar su uso e incluso legislar y prohibirlo en distintos espacios, aduciendo para ello argumentos relacionados con la defensa de los derechos de las mujeres”, zanja. 

En su cuenta de X (antes Twitter), Wilders ha normalizado comentarios como: “Lo que deseamos es detener el tsunami de la inmigración” o “hay que eliminar todas las subvenciones a los inmigrantes ilegales y dar casas, construidas por nuestros abuelos, a los europeos. ¿Está usted de acuerdo?”; además de propuestas como la prohibición del Corán, el cierre de mezquitas y hacer un referéndum para que Países Bajos abandone la Unión Europea (UE), al igual que lo hizo Reino Unido. 

Ramos explica que estos discursos no son una receta nueva. Todo lo contrario, es el mismo relato de odio de la ultraderecha de hace cincuenta años, pero que “ha cambiado un poco la retórica y la estética. Antes nos parecía reprochable porque lo hacían los neonazis con esvásticas y ahora lo hace un señor con corbata. Ya no va con esvásticas, ya no dice que son razas superiores, dice que son culturas incompatibles. Han cambiado al judío por el musulmán y el antisemitismo ha sido sustituido por la islamofobia”, concluye.

كاتب

  • Paula Herrera Camacho

    Paula Herrera, escribe sobre derechos humanos, migraciones, derechos mujeres y diversidades. Máster de periodismo en Diario El País. Ha estudiado comunicación social en la Universidad Central del Ecuador. Premio “Gerda Taro”, por el especial “Cinco mandamientos que (mal)educan a las mujeres”.

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Paula Herrera Camacho

Paula Herrera, escribe sobre derechos humanos, migraciones, derechos mujeres y diversidades. Máster de periodismo en Diario El País. Ha estudiado comunicación social en la Universidad Central del Ecuador. Premio “Gerda Taro”, por el especial “Cinco mandamientos que (mal)educan a las mujeres”.
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